Le Giornate del Cinema Muto 37
Por fin, después de tantos años oyendo hablar de ellas, cumplí el deseo de visitar Le Giornate del Cinema Muto de Pordenone. Aparte de encontrar el tiempo libre, mi reciente dominio del italiano –el inglés, ese idioma bárbaro que todo lo arrasa, es mejor olvidarlo– me ha permitido disfrutar de este festín cinematográfico sin alfombras rojas. Aquí lo único importante son las películas, mientras que las estrellas son los músicos que acompañan todas las proyecciones y los historiadores y restauradores de los “estrenos” que cada año ven la luz en estas jornadas del cine mudo.
Hablamos de “estrenos” porque uno de los pilares de este evento –junto a la revisión de los clásicos– son los descubrimientos de películas que se consideraban perdidas o la presentación de nuevas restauraciones de títulos conocidos hasta ahora en copias en peores condiciones. Obras de Lubitsch, Dupont, Sjöström, Stiller, Feyder, o Leitao de Barros han cobrado nueva vida en esta sección –en días pasados colgué sus respectivas reseñas–, pero especialmente sorprendente ha sido descubrir un cortometraje en Technicolor en todo su esplendor, Melodie (Martin Justice, 1929), donde sus suaves tonalidades encajan perfectamente con la tenue anécdota de un violinista y su enamorada, y poder asistir a la sincronización sonora de un primitivo corto, Les Rameaux. Hosannah (autor desconocido, 1909), con la grabación que lo acompañaba –ajustándose perfectamente al movimiento de la boca– en las proyecciones de la época, recordándonos una vez más que el cine mudo no lo era del todo.
Otro de los afortunados hallazgos de estas jornadas, y que acompañaba a muchas de las proyecciones de largometrajes, ha sido la selección de cortometrajes publicitarios que ha permitido comprobar el papel que se le daba a la mujer en la sociedad de aquellos años. Escaso efecto comercial tendrían sobre los espectadores de ahora, pero su ingenuidad y sentido del humor seguramente han despertado más carcajadas hoy que en su tiempo.
En cuanto a ciclos monográficos sobre realizadores concretos, se ha ofrecido un amplio panorama de las obras de John M. Stahl y Mario Bonnard, pero la verdadera revelación para uno –no para el festival, que comenzó su reivindicación hace dos años– ha sido el dedicado a John H. Collins, realizador ligado a la Edison y cuya actividad se desarrolló solo durante cinco años debido a su temprana muerte en 1918. Las seis restauraciones presentadas son películas de uno o cuatro rollos, realizadas entre 1914 y 1915, que demuestran que estamos ante un pionero con plena consciencia de los recursos que tenía entre sus manos. No exageraré pretendiendo que sea una figura esencial de los inicios del cine, pero bien está conocer a uno de los que pusieron las primeras piedras del lenguaje cinematográfico en el seno de una empresa con muy mala fama.
Como decíamos arriba, los historiadores tienen aquí su oportunidad de lucir sus mejores galas. Por eso también se realizó un ciclo-homenaje por los 50 años pasados desde la publicación de The Parades’s Gone By…, un famoso libro sobre el cine mudo de Kevin Brownlow, que, a juzgar por los elogios de sus colegas, uno debería haber leído. Lamentablemente, no me consta que se haya publicado en España. Su autor seleccionó los títulos que deseaba ver en la gran pantalla de Perdenone, lo que nos ha permitido descubrir dos grandes películas, la pacifista The Enemy (Fred Niblo, 1927) y la amarga Smouldering Fires (Clarence Brown, 1925).
Las fechas disponibles para mi viaje me han impedido asistir a varias proyecciones especiales, entre ellas la recreación de un espectáculo de vaudeville que combinaba el teatro con la película de animación Gertie (Winsor McCay, 1914), tal y como se cree que se realizaba en su época. Difícilmente habrá una nueva ocasión para disfrutarlo, pero al menos llegué a tiempo para el espectáculo Note dal fronte: musica, parole e immagini della Grande Guerra, una acertada presentación de fragmentos documentales de la Primera Guerra Mundial acompañada de la lectura dramática de varias cartas reales de soldados por parte del actor Sandro Buzzatti.
Mucho más hubo en estas jornadas: una selección de películas basadas en obras de Honoré de Balzac, otra de películas escandinavas, y otra de películas japonesas con sonido postsincronizado. De las películas vistas en esos ciclos ya he dejado su correspondiente reseña en los días pasados, por lo que acabaré refiriéndome a un cortometraje presentado en el ciclo Orígenes del cine: Filendouce est insaissable (autor desconocido, 1912). Es la prueba de que Méliès y Chomón ejercieron una gran influencia pero, sobre todo, de que han eclipsado para la historia a muchos otros pioneros que, si bien es seguro que no estuvieron a su altura, merecerían un mayor conocimiento. En este caso, ni siquiera conocemos a su autor. Pero esta pequeña obra, vista hoy en un gran teatro, consiguió el mismo efecto que en su estreno hace más de un siglo: la risa y el asombro ante unos efectos no solo bien ejecutados, sino concebidos con un gran sentido del ritmo y la narración.
Mucho nos queda por conocer, así que demos gracias por la existencia de Le Giornate di Pordenone y el Cinema Ritrovato di Bologna, citas indispensables para estar al día sobre el cine del pasado.