Cinema Nostrum

Blog de Rafael Nieto Jiménez, historiador del cine y empresario audiovisual

Pérez Galdós en nuestro cine (9): Doña Perfecta (1977)

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Novena entrega –ya publicada en la sección Rinconete de la web del Instituto Cervantes– de mi serie de artículos sobre las adaptaciones cinematográficas de las obras de Benito Pérez Galdós. Como representante máximo del realismo decimonónico, el escritor canario supo como nadie dar testimonio de su época mientras analizaba con detalle los más intrincados conflictos psicológicos de sus personajes. Doña Perfecta es una de las más injustamente olvidadas.

Como se ha podido apreciar en los títulos que hemos abordado en esta serie de artículos, las mujeres han protagonizado muchas de las ficciones galdosianas adaptadas al cine. Desde Fortunata a Tormento, pasando por Marianela y Tristana, sus personajes femeninos han simbolizado cinematográficamente las ansias de libertad que se respiraban en la sociedad española del tardofranquismo y la transición a la democracia.

Doña Perfecta, la última de las adaptaciones realizadas en esa época, nos habla también de represión y de búsqueda de la libertad, pero en este caso la mujer protagonista que da título a la obra no es el agente liberador, sino que es la principal cómplice de los mecanismos opresores que, nacidos de la intolerancia religiosa que Galdós denunciaba, venían funcionado desde hacía siglos y todavía, en 1977, seguían vigentes en gran parte de España.

A la villa de Orbajosa llega el ingeniero Pepe Rey (Manuel Sierra) para conocer a su tía Perfecta (Julia Gutiérrez Caba) y a su prima Rosario (Victoria Abril), con la que su padre quiere que se case. Es un hombre de ciudad, de ideas modernas, que con sorpresa descubre en esta visita el atraso material y moral del campo. Comprueba que la pobreza se acepta y solo se atenúa mediante la caridad, mientras que el progreso se ve como una amenaza externa proveniente de una capital centralista empeñada en coartar las costumbres de las provincias.

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Con esta premisa, el choque de mentalidades resulta inevitable. Sus honestas críticas y su ateísmo ponen en contra de Pepe Rey a las fuerzas vivas de Orbajosa e incluso a su propia tía, el auténtico poder en la sombra. Porque doña Perfecta también simboliza la hipocresía de una vida de apariencias, donde las intrigas se tejen en el confesionario mientras en público se mantienen las formas, una vida que no soporta ser puesta en cuestión por alguien que viene de fuera. La cortesía social mantiene en suspenso el enfrentamiento, pero esta soterrada tensión derivará en violencia física tarde o temprano.

Para retratar este universo Fernández Ardavín no se aparta en lo esencial de lo narrado por Galdós, pero se permite ser más explícito a la hora de mostrar ese contraste entre intolerancia y libertad de pensamiento. A tono con los aires de emancipación que vivía la sociedad de 1977, presenta a los personajes de Galdós de una forma sexualmente más explícita. La novela permite que sospechemos de la actitud libertina de las de Troya —unas huérfanas que viven marginadas en un viejo caserón—, pero no que se dediquen abiertamente a la prostitución como aquí se da a entender. En cuanto a la casta relación entre Pepe y Rosario, en la novela no cabe duda de que no pasaba de lo espiritual. Aquí, sin embargo, ella se entrega físicamente a él como un gesto de rebeldía ante una madre que la ha mantenido encerrada para evitarlo.

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Doña Perfecta recibe como un golpe a su honra que los enamorados hayan consumado su amor y actuará en consecuencia, con una crueldad inimaginable. El asesinato de su sobrino a manos de uno de los cabecillas de la facción carlista que, comandada por ella misma, se ha sublevado contra el Gobierno es presentado como una advertencia a los espectadores. Los disparos que se oyen en el pueblo en el último plano parecen anunciar un enfrentamiento civil, el de las dos Españas eternas, la reaccionaria y la libertaria, que en el momento del estreno de esta película todavía pugnaban por controlar el país y, por tanto, seguían siendo un potencial peligro para la paz. Como sabemos, no se llegó a las armas, pero este conflicto ideológico sigue hoy vigente aunque, por ahora, se diriman las diferencias pacíficamente.

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