Pérez Galdós en nuestro cine (8): Tormento (1974)
Octava entrega –ya publicada en la sección Rinconete de la web del Instituto Cervantes– de mi serie de artículos sobre las adaptaciones cinematográficas de las obras de Benito Pérez Galdós. Como representante máximo del realismo decimonónico, el escritor canario supo como nadie dar testimonio de su época mientras analizaba con detalle los más intrincados conflictos psicológicos de sus personajes. Tormento es, sin duda, una de las más significativas por las implicaciones sociológicas que contiene.
Fortunata y Tristana son dos personajes femeninos de Galdós que, como hemos visto en los anteriores artículos, fueron aprovechados por los cineastas del tardofranquismo para expresar simbólicamente las ansias de libertad de la sociedad española, en concreto las referidas a las relaciones de pareja. Si Fortunata paga con su vida y Tristana con su salud mental el atrevimiento de romper las normas sociales, Tormento, la protagonista de esta posterior adaptación, triunfa sin recibir ningún castigo. Todo lo contrario, después de haber mantenido un idilio con un sacerdote iniciará una nueva relación con un indiano sin necesidad de pasar por el altar. El orden social que impide el matrimonio debido a su pasado amoroso no hace más que favorecer, paradójicamente, una feliz relación extramatrimonial. Es un atrevido final que se corresponde con lo escrito por Galdós noventa años antes, pero al que los adaptadores supieron imprimir nuevos matices para hacerlo más sugerentemente actual.
Tormento es el significativo nombre con el que el sacerdote Pedro Polo (Javier Escrivá) llama a Amparo (Ana Belén). Ésta no quiere reanudar su relación con él y, resignada, sirve como criada a unos familiares lejanos, los de Bringas (Rafael Alonso y Concha Velasco), un matrimonio con aspiraciones aristocráticas preocupados de aparentar más de lo que son con el ajustado presupuesto que tienen. Cuando aparece un primo del matrimonio, Agustín Caballero (Paco Rabal), un indiano enriquecido en América, verán la oportunidad de mejorar su posición, quizá de casar en el futuro a su hija, pero su familiar caerá enamorado precisamente de Amparo.
Desde este punto de la historia, el interés dramático de la novela se centra en los escrúpulos que ella siente por su pasado amoroso, en la conveniencia o no de confesarlo a su nuevo pretendiente y, en definitiva, de que ese hecho no arruine su futuro matrimonio con un hombre rico al que, además, quiere sinceramente. De este último punto se distancia la película. Gracias a un leve cambio de guion y a la ambigua interpretación de Ana Belén, con una mirada ardiente que contradice su aspecto angelical, se siembra la duda sobre la sinceridad de sus pensamientos. En la novela queda claro que miente a Pedro cuando le dice que no quiere a Agustín. En la película, sin embargo, le confiesa que solo busca la paz, es decir, la estabilidad conforme a las normas sociales que le proporcionará tan ventajoso matrimonio. No queda claro, por tanto, que cuando a continuación exprese su amor hacia el cura no esté diciendo la verdad.
Aunque la conclusión de la historia se corresponde con lo establecido por Galdós, pues Amparo y Agustín se van a vivir juntos a Burdeos sin importarles lo que la sociedad diga de su relación, el cambio de perspectiva mencionado en torno a la sinceridad de ella imprime una ambigüedad enriquecedora a su final. Al fin y al cabo, poco importan sus sentimientos, quizá ni siquiera los tenga claros ella misma, sino poder ejercer su libertad de elección. La actitud autoritaria e intransigente de Rosalía, su ama hasta que inició la relación con Agustín, viene a simbolizar a una sociedad que tolera mal las actitudes liberales. Cuando en la última escena, en la estación de tren, descubre que Agustín y Amparo se van juntos, apenas puede mantener la compostura. La llama puta varias veces, pero eso sí, en voz baja, para sí misma, sin dar un escándalo. No es una línea de diálogo procedente de Galdós, pero sin duda, en la España de 1974 expresaba muy bien lo que muchas mujeres habían tenido que oír por el solo hecho de haber ejercido su libertad sexual.