Pérez Galdós en nuestro cine (6): Fortunata y Jacinta (1969)
Sexta entrega –ya publicada en la sección Rinconete de la web del Instituto Cervantes– de mi serie de artículos sobre las adaptaciones cinematográficas de las obras de Benito Pérez Galdós. Como representante máximo del realismo decimonónico, el escritor canario supo como nadie dar testimonio de su época mientras analizaba con detalle los más intrincados conflictos psicológicos de sus personajes. En esta ocasión abordamos la adaptación de su obra más popular.
«Querer a quien se quiere no puede ser cosa mala» es la subversiva idea moral que sirve de justificación a Fortunata para cometer adulterio con el señorito Juanito Santa Cruz en la novela Fortunata y Jacinta (1887). Como mujer del pueblo que es, no puede aspirar a casarse con su amado pero sí a quererle incondicionalmente y a ser la madre de sus hijos. Y de ese modo, convirtiéndose en su mujer ante la naturaleza, vencer a su mujer ante la ley, a la estéril Jacinta. Era una idea francamente atrevida en el momento de escribirse la novela, y que durante el franquismo tampoco podía ser aceptada fácilmente aunque su protagonista pagara con la muerte sus pecados. Sin embargo, en los años finales de la dictadura, en un momento de mayor relajación censora, se podía permitir si se evitaban los aspectos más morbosos. Y así se hizo. Si bien los productores tuvieron mucho cuidado de no perder del todo ese aire escandaloso que necesitaban para conservar su atractivo comercial. Porque no cabe duda de que las progresistas ideas morales de Galdós fueron una razón importante para que, después de tres décadas proscrito del cine español a pesar de su reconocida importancia artística, el escritor canario reapareciera con fuerza en el tardofranquismo y la Transición, siendo Fortunata y Jacinta el primer hito de esta restauración.
El problema principal que afrontaron los guionistas para adaptar la más ambiciosa obra de Galdós no era resumir en dos horas de proyección una novela de mil páginas con multitud de personajes y tramas secundarias que debían ser necesariamente eliminadas, sino evitar que ese proceso de criba se llevara por delante dos aspectos fundamentales de la obra: la descripción del contexto sociohistórico en el que se desarrolla y sin el cual se pierde su atmósfera de época, y la plasmación de las complejas reacciones psicológicas y espirituales de los personajes, necesarias para entender sus acciones.
En cuanto a lo primero, hay que decir que Galdós enmarca su narración en los convulsos años posteriores a la Revolución de 1968, en los que se sucedieron la breve monarquía amadeísta, la más corta primera república y la restauración de la monarquía borbónica junto a un nuevo sistema parlamentario de escaso carácter democrático. Esos acontecimientos no son solamente un marco histórico para el drama, sino que encuentran su paralelismo simbólico en las vicisitudes de sus personajes burgueses, con todas sus divergencias políticas, y en el apartamiento de ese mundo del pueblo llano representado por Fortunata. En ese sentido, la unión clandestina entre ella y Santa Cruz es una perturbación del orden establecido donde solo paga las consecuencias la parte más débil, la mujer del pueblo. En la película nada de esto sobrevive porque apenas se hacen referencias a ese contexto. Sin ese marco histórico, su argumento queda reducido a un mero esquema melodramático en torno a la irracional pasión de una pobre e inculta mujer hacia un rico y caprichoso joven.
En cuanto al segundo aspecto, la simplificación de la trama y de la presentación de los personajes tiene como consecuencia que la psicología de todos ellos sea muy superficial. Desaparecen las crisis interiores que sufre Santa Cruz (Máximo Valverde) y apenas se entienden los cambios espirituales que padece Maximiliano Rubín (Bruno Corazzari), el frágil marido de Fortunata (Emma Penella). Solo el personaje de ella, convertida en la única protagonista, conserva algo de la complejidad que Galdós le dio. Su apasionado amor le hace caer tres veces en manos del caprichoso Santa Cruz, pero su carácter evoluciona desde la ingenuidad hasta la toma de conciencia de su situación. Comprende finalmente que su posición social es inamovible y que su hijo solo podrá disfrutar de un futuro mejor si Jacinta (Liana Orfei) se hace cargo de él tras su muerte.
En definitiva, la película fue una forzada síntesis de la novela que no pudo evitar la precipitación en su expresión fílmica, incluso apoyándose en la voice over para hacer avanzar lo que no daba tiempo a relatar con imágenes. Hubiera hecho falta un metraje más extenso para que pudiera convertirse en un auténtico fresco de época, en la línea de El gatopardo(Luchino Visconti, 1963). Para este cometido, la serie de diez capítulos de Televisión Española que dirigió Mario Camus en 1980 era un proyecto más adecuado.
Buenas tardes;
Me gustaría haber leído algo sobre el director, Angelino Fons, de cómo lleva a cabo la película; por lo demás, adecuado artículo.
Muchas gracias.
David Fons
Lamento no haber profundizado más, pero el formato de los artículos que escribo para el Cervantes no lo permite. Sin duda su padre merecería un estudio completo, más allá de libro que publicó el festival de Lorca.
Le agreadezco mucho su respuesta y veo que conoce la obra de Ernesto Pastor.
Un saludo.