Lope de Vega en nuestro cine (3): El mejor alcalde, el rey (1973)
Ya está publicada en la sección Rinconete de la web del Instituto Cervantes mi tercer artículo sobre las adaptaciones cinematográficas que el cine español ha realizado de Lope de Vega. Esta vez se trata de una de sus obras más conocidas, muy representativa del papel que la monarquía solía tener en el teatro del Siglo de Oro.
Como hemos podido comprobar al hablar de las dos adaptaciones anteriores de Lope de Vega —Fuenteovejuna (Antonio Román, 1947) y La moza de cántaro (Florián Rey, 1953)—, la monarquía cumplía un papel fundamental en la resolución de los conflictos sociales o sentimentales planteados en ellas, pues su intervención era decisiva para restablecer el orden quebrantado por el desviado proceder de los personajes. En realidad, esto era una constante de las comedias del Siglo de Oro que no respondía, pese a las apariencias, a un fin propagandístico, sino a una visión estamental de la sociedad asumida por los autores y espectadores del siglo XVII, cuando la monarquía estaba bien consolidada, que facilitaba cerrar el arco dramático con un espectacular recurso narrativo. El mejor alcalde, el rey (1620-1623) es una obra paradigmática en ese sentido, y su versión cinematográfica no se desviaría de esa visión. El hecho de que se estrenara cuando los españoles veían cercana la restauración de la monarquía en la figura de Juan Carlos I no significa nada más —por muy sugerentes que puedan resultar las analogías políticas— que la confirmación del trato de favor que el cine español del franquismo solía dar a los reyes de España frente a una nobleza presentada con frecuencia como corrompida y depravada.
La adaptación de José López Rubio incide en esto último, en cargar las tintas en los abusos de los señores sobre sus vasallos para, de paso, densificar el conflicto dramático con líneas argumentales inexistentes en la obra original. Si el conde don Tello de Lope de Vega solo actuaba movido por sus deseos carnales hacia Elvira, en la película de Rafael Gil es incitado por su hermana Felicia (Analía Gadé) y su sirviente Celio (Antonio Casas). Felicia —Feliciana, según Lope— cobra mucho mayor protagonismo porque, en paralelo a su hermano, también desea poseer a Sancho (Ray Lovelock), el novio de Elvira (Simonetta Stefanelli). Además, la actitud depravada de los dos hermanos se resalta sugiriendo una relación incestuosa entre ellos cuando el conde reconoce que pidieron sin éxito una dispensa papal para casarse.
Mientras tanto, la caracterización de los vasallos responde a la idealización de la vida aldeana, donde el amor es puro, aunque aquí exista cierto erotismo debido a la apertura censora del momento en que se realizó la película. Pelayo (Pedro Valentín), el gracioso de la función que acompaña a Sancho y renuncia a Elvira por amistad, también tiene mayor importancia para hacer más dramáticos los acontecimientos. La noche que Elvira es secuestrada por los secuaces del conde, mata a Julio, un pretendiente de Felicia, lo que desata la ira del conde. El consiguiente saqueo de la aldea, con sus asesinatos y violaciones, es una invención de la película que contribuye a demonizar a los nobles y, de paso, a dar más credibilidad a la posterior intervención del rey Alfonso (Andrés Mejuto). No es lo mismo intermediar, y desplazarse hasta una remota aldea, por un simple asunto de honor mancillado, que castigar los abusos cometidos sobre una población entera.
Es una película, por tanto, mucho más dramática que la obra de Lope, incluso con tintes shakespearianos. Aunque la escasa profundidad psicológica de los personajes impida que se realicen reflexiones de gran calado, la muerte de algunos de ellos le da un inesperado tono trágico. Por un lado, el divertido Pelayo perece debido a los castigos físicos que le inflige el conde. Y por otro, Sancho estrangula a Felicia cuando intenta retenerle en sus aposentos. Solo el castigo que el rey impone al conde —la pena capital tras ser obligado a casarse con Elvira para reparar su honra y que Sancho reciba la mitad de su fortuna como dote— responde a lo escrito de verdad por Lope. A pesar de estos cambios narrativos, la película respeta en lo esencial el esquema dramático de la obra: un orden quebrantado por el noble envilecido, un amor puro entorpecido y mancillado, y la intervención de un rey que hace justicia en su conclusión.