Crítica en 200 palabras (o casi): K-19: The Widowmaker (2002)
Lugar de proyección: mi hogar, dulce hogar.
Formato de proyección: DVD.
Valoración: ★★★ (Quizá la vuelva a ver).
Ahí va la crítica:
K-19: The Widowmaker (Kathryn Bigelow, 2002): Aparte de Chernobyl, cuyo accidente ha sido narrado eficazmente en una reciente serie aquí comentada, los soviéticos tuvieron otro incidente nuclear de menor entidad pero producto de la misma incompetencia. En 1961, el submarino K-19 tiene la misión de lanzar un misil de prueba para que Estados Unidos conozca la capacidad destructora de la Unión Soviética. Sin embargo, pronto se revelan los fallos de construcción debidos a la premura exigida por los dirigentes del Partido, y agravados por el irresponsable mando de un capitán obsesionado con demostrar su capacidad a sus superiores. El espectador no puede menos que identificarse con los sufridos marineros, compartiendo con ellos la claustrofobica tensión potenciada por la asombrosa agilidad de la cámara a pesar de lo estrecho de los escenarios, y también –y esto es un clásico en el género marítimo– con las ganas de romper la cabeza al tirano capitán. Pero como estamos ante comunistas disciplinados, no sucederá la rebelión esperada, sino solo el ocultamiento del fiasco y del heroísmo de sus protagonistas. Cine de acción muy eficaz, sin demasiado lastre ideológico –los norteamericanos no existen como personajes–, pero con un Harrison Ford que demuestra lo limitado que es como actor.
Criterio de valoración:
● (No debería haberla visto)
★ (Espero no volver a verla)
★★ (Podría volver a verla)
★★★ (Quizá la vuelva a ver)
★★★★ (Seguro que volveré a verla)
★★★★★ (La veré varias veces)
Recuerdo haber visto esta película, en el momento de su estreno en España, en compañía de mi entonces novia, en un cine de la Gran Vía madrileña, en la primera sesión de una tarde de sábado. Cumplió aceptablemente, pero nada más, las moderadas exigencias que cabe plantear en esas circunstancias. A ambos nos pareció una peliculita de acción y aventuras intrascendente y superficial, fácil de ver y aún más fácil de olvidar, no muy molesta aunque no muy sobresaliente en ningún apartado.
Al menos tuvo la relativa virtud (no demasiado difícil de conseguir) de que, gracias a su comparativa sobriedad tonal, su calidad estaba muy por encima de la de las otras tres cintas de Kathryn Bigelow que he visto: las increíblemente estúpidas e inaguantables «Acero azul» (1990), «Días extraños» (1995) y «El peso del agua» (2000). Algo es algo. Aun así no he visto ni querido ver ninguna otra creación de esta discutible directora, tan propensa a los peores excesos del efectismo pirotécnico y de la pretenciosidad grandilocuente.
En particular, «Días extraños» es seria candidata a encaramarse a uno de los primeros puestos en mi lista personal (todo cinéfilo curtido la tiene) de Las Peores Películas Que He Visto En Pantalla Grande En Una Sala De Cine, cuya cima la ocupan por ahora, ex-aequo, «La vida de Brian» (Terry Jones, 1979) y «El cabo del miedo» (Martin Scorsese, 1991).
Cerraré este comentario con una ligera protesta contra la minusvaloración de Harrison Ford. Obviamente no es el mejor actor de todos los tiempos, pero yo lo juzgo un buen actor, natural y desenfadado, sobrio y contenido, de ésos que practican, no sé si calculada o intuitivamente, la económica técnica interpretativa que los franceses denominan «le geste rare» (es decir, el gesto infrecuente), que es el único medio imaginable para que los ademanes faciales y corporales, cuando por fin llegan, resulten significativos de verdad, al no haber sido dilapidados en ocasiones superfluas. Prueba de ello es su memorable trabajo, sumamente matizado y sutil, en la no menos memorable «Blade Runner» (Ridley Scott, 1982), así como, en menor pero bastante simpática medida, sus aportaciones a las entregas más estimables de las sagas de Star Wars e Indiana Jones. Por desgracia se trata de uno de esos casos, cada vez más frecuentes -recordemos a Bruce Willis-, en que nos hallamos ante un actor estupendo que, por las razones que sean, casi siempre interviene en películas deplorables que no se lo merecen.
En esta película Harrison Ford está rematadamente mal, echándose las manos a la cara cuando no sabe como expresar sus sentimientos. Cuando debe hacer personajes contenidos, o simplemente simpáticos, cumple de sobra, por supuesto, pero lo suyo no son los matices. Blade Runner es una grata excepción en la que algo tendrá que ver el director, pues lo habitual es que parezca que no se han atrevido a dirigirle debido a su estatus de estrella.