Miguel Delibes y el cine español (4): Los santos inocentes (1984)
Cuarta entrega de esta serie de artículos publicados previamente en la web del Instituto Cervantes. Las novelas del vallisoletano Miguel Delibes han servido de material para un importante conjunto de películas. No cabe duda de que su prosa, ágil, breve y muy dialogada, se ajusta bien al cinematógrafo, espectáculo del que él mismo era muy aficionado. Los santos inocentes es, sin duda, la más reconocida dentro y fuera de España, y un auténtico clásico de nuestro cine:
Es bien sabido, aunque se olvide con frecuencia, que la educación es un instrumento fundamental para que el pueblo alcance la libertad, para que sea consciente de su posición en la sociedad y pueda luchar con eficacia por mejorar su situación en ella. Miguel Delibes siempre ha demostrado su preocupación por la enseñanza en sus obras, pero quizá sea Los santos inocentes (1981), a pesar de que la educación no es su tema principal, la que mejor demuestre el sometimiento a que se ven reducidos los que carecen totalmente de ella. Paco, el Bajo, y su mujer Régula, no disponen de sus propias vidas, sino que están al servicio total de los señores, de los propietarios del cortijo extremeño en el que se desarrolla la acción principal. Ni siquiera pueden impedir que su hija Nieves entre a formar parte del servicio de la casa y, por tanto, pierda la oportunidad de acudir a la escuela. Aceptan con resignación, incluso con inconsciente servilismo, la voluntad de los que les dan algo de comer y un mal techo donde vivir.
El ambiente rural de Los santos inocentes no es la Arcadia que describía agridulcemente Delibes en El camino, sino un desconsolador páramo donde solo tiene cabida la desigualdad social, la pobreza moral y, finalmente, la violencia. Los adaptadores de esta gran obra literaria supieron dar una forma visual tristemente poética a un mundo descrito por su autor solo mediante las acciones y los diálogos de los personajes, y demostraron que la fidelidad a un texto no está en mantener las situaciones descritas por el escritor, sino en saber profundizar en los matices que sugiere la lectura, cambiando incluso, si es necesario, la estructura narrativa.
De ese modo, la película respeta los acontecimientos principales relativos a la relación casi medieval de la marquesa (Mary Carrillo) y su hijo, el señorito Iván (Juan Diego), con la familia que se encarga del cuidado del cortijo, formada por el servicial Paco, el Bajo (Alfredo Landa), la resignada Régula (Terele Pávez) y el hermano de ésta, el retrasado Azarías (Francisco Rabal). En cambio, los hijos del matrimonio, el Quirce (Juan Sánchez) y la Nieves (Belén Ballesteros), cobran mayor protagonismo para simbolizar un futuro que posiblemente será mejor para ellos, más libre. Si la novela acababa con el asesinato, diríamos que muy merecido, del señorito por parte de un inocente Azarías que está muy lejos de tener conciencia revolucionaria alguna, la película decide ampliar el arco temporal para descubrir desde el inicio qué les ha sucedido a los personajes después del crimen y mediante flashbacks relatar los hechos narrados por Delibes. Se mantiene así la estructura episódica de la novela, al mismo tiempo que se establecen sugerentes relaciones entre el pasado y el presente.
Descubrimos de ese modo que Nieves trabaja en una fábrica y que Quirce, acabada la mili, desea trabajar de mecánico en Madrid. Mientras los padres siguen condenados a vivir en el campo totalmente aislados y envejecidos, los hijos, que nunca se han rebelado abiertamente, al menos han accedido a una formación mínima que les ha permitido quitarse de encima el yugo de la servidumbre y progresar. Es esperanzador, sin duda, pero las heridas del pasado tiñen todo de una tristeza existencial difícil de remediar. Quirce visita a sus padres muy brevemente, como si no soportara verlos en esa situación de miseria de la que él ha escapado, y luego a Azarías, recluido apaciblemente en un sanatorio después de su crimen. Cuando sale de allí ve a los pájaros volar libremente en un último plano que no necesita mayor comentario.