Miguel Delibes y el cine español (1): El camino (1963)
Nuevo año y nueva serie de artículos sobre otro de nuestros grandes escritores, publicados previamente en la web del Instituto Cervantes. Las novelas del vallisoletano Miguel Delibes han servido de material para un importante conjunto de películas. No cabe duda de que su prosa, ágil, breve y muy dialogada, se ajusta bien al cinematógrafo, espectáculo del que él mismo era muy aficionado. Empezamos por una de las adaptaciones más olvidadas pese a sus valores, y de la cual ya hice un comentario cuando la vi no hace mucho en el cine Doré.
Miguel Delibes (1920-2010) es otro brillante eslabón del fructífero realismo literario español, que en este caso el cine ha sabido aprovechar bastante bien. Nada menos que el cincuenta por ciento de la obra novelística del autor vallisoletano ha sido llevada a la pantalla, aportando a nuestra cinematografía, con frecuencia tan urbana como sus cineastas, una visión de la existencia más apegada a la tierra, a la naturaleza, a un mundo que desaparece para ser sustituido por otro que no está claro que sea mejor; sin dejar de ser por eso crítico tanto con la sociedad rural como con la urbana.
Si la obra de Miguel Delibes, iniciada en 1947, demuestra una vez más que el franquismo estaba muy lejos de ser un páramo cultural, la obra cinematográfica de Ana Mariscal, todavía hoy poco y mal conocida, evidencia la existencia de un cine con preocupaciones sociales más allá de los siempre recordados Berlanga y Bardem. A pesar de la censura, Mariscal, desde su primera película, Segundo López, aventurero urbano (1953), supo ofrecer también una mirada inconformista sobre la sociedad del momento, como bien ejemplifica esta película.
Como si de una versión rural y menos amarga de Calle Mayor (Juan Antonio Bardem, 1956) se tratara, Mariscal adapta a Delibes con la pretensión de retratar la vida de un típico pueblo castellano, con sus penalidades y alegrías, con sus pequeños problemas y mezquindades, pero siempre sin dejar de demostrar cierta ternura por sus personajes, tal y como hace Delibes en su novela. El caleidoscopio que forman los habitantes de esta «idílica» villa sirve al escritor para describir una realidad que desde el punto de vista de su protagonista, Daniel, el Mochuelo, es la mejor de las posibles, mejor sin duda que el incierto futuro que le espera en la urbe a la que su padre le destina. El camino de la ciudad, del progreso, se torna indeseable para un muchacho que ha aprendido lo fundamental de la vida en el pueblo.
El subjetivismo de Delibes, expresado mediante un estilo indirecto libre que asombra por la naturalidad con que engarza los sentimientos del personaje con los hechos de que es testigo, encuentra su expresión fílmica en una puesta en escena aparentemente sencilla, sin aspavientos, que nos permite seguir con emoción a Daniel en su iniciático descubrimiento de la vida y la muerte. No es necesario conservar todos los episodios de la novela, ni respetar sus saltos temporales, ni hacer un uso tan exquisito del lenguaje rural como hace Delibes, para que Mariscal logre recrear el mismo universo: idílico en apariencia y fatalista en el fondo. El humor satírico que la película conserva es un filtro que hace más demoledora, al mismo tiempo que digerible, la crítica social, pero que nunca se utiliza para juzgar a unos personajes vistos con misericordia.
La censura no hubiera permitido un retrato más descarnado, pero Ana Mariscal, víctima de esa institución, se atreve a atacar a la censura misma aprovechando el episodio del fracasado cine parroquial. En él pone en evidencia la tensión entre una población deseosa de ver otros horizontes en la pantalla y una institución represora sustentada, paradójicamente, en una parte de la sociedad más beata e intransigente que la propia Iglesia. Tanto es así que el cine religioso que surte la programación del cine actúa como detonante subliminal de la superstición milagrera que se desata en la parte final debido a una inocente travesura del protagonista. Por eso no es de extrañar que no consiguiera una gran calificación censora y, por tanto, tuviera una carrera comercial muy pobre a pesar de lo conocida que era la novela y de los indiscutibles valores que contenía la propia película.