Cinema Nostrum

Blog de Rafael Nieto Jiménez, historiador del cine y empresario audiovisual

El declive de Alta Films

PLUM2G

El reciente anuncio del cese de la actividad de la distribuidora Alta Films y el probable cierre de la mayor parte de sus salas, no hace más que confirmar la situación crítica de la exhibición cinematográfica en España. El dueño de la empresa, Enrique González Macho, ha aducido diversos motivos de esta situación (la subida del IVA, la falta de apoyo de TVE, la situación general de crisis), pero yo me aventuraría a dar en este caso concreto una razón más, sin duda muy subjetiva y seguramente no muy determinante, por la que algunos cinéfilos empedernidos dejamos hace tiempo de acudir a las salas de los míticos cines Renoir.

Durante mi formación como espectador en la adolescencia, los cines Renoir Plaza de España y Renoir Cuatro Caminos, los únicos que hace 20 años poseía Alta Films en Madrid, fueron fundamentales junto a la Filmoteca Española. Si uno quería descubrir películas diferentes más allá de los limitados horizontes de la exhibición comercial, o ver en versión original películas que sólo se proyectaban dobladas en los demás locales, no se podía dejar de acudir a estos cines, o a los vecinos Alphaville (hoy llamados Golem). Había otros cines de versión original (Ideal Multicines, California, Bellas Artes, etc…), pero solían programar películas de más segura amortización. En los Renoir, no, en ellos podías encontrar auténticas joyas en exclusiva provenientes de muy diversas cinematografías. Si revisamos la cartelera de, por ejemplo, el 19 de abril de 1993, hace exactamente dos décadas, descubrimos que en las 9 salas disponibles entre los dos cines se podían ver dos películas que sólo Alta Films poseía: la mítica Léolo (1992), de Jean-Claude Lauzon, y El diario de Lady M (1992), del suizo Alain Tanner. También podías conocer cinco películas de otras distribuidoras que sólo los Renoir proyectaba en versión original: la francesa Herida (Louis Malle, 1992), la italiana Niños robados (Gianni Amelio, 1992), la danesa Las mejores intenciones (Bille August, 1992), y las norteamericanas Glengarry Glen Ross (James Foley, 1992) y Malcolm X (Spike Lee, 1992). Completaba la programación dos cintas nacionales, en este caso sin exclusividad, Belle époque (Fernando Trueba, 1992) y El amante bilingüe (Vicente Aranda, 1993), además de las películas que, estrenadas hacía meses, podías recuperar en las sesiones golfas de madrugada, hoy desaparecidas: La doble vida de Verónica (Krzysztof Kieslowski, 1991), Amo tu cama rica (Emilio Martínez Lázaro, 1991), El niño que gritó puta (Juan José Campanella, 1991), Riff-Raff (Ken Loach, 1991), Instinto básico (Paul Verhoeven, 1992), La reina anónima (Gonzalo Suárez, 1992) e In the Soup (Alexandre Rockwell, 1992).

No hay necesidad de entrar a valorar la calidad de los títulos, ni de compararlos con los que esta misma semana se exhiben en los mismos cines, pues es una cuestión circunstancial que, además, está sujeta a las filias y fobias del que escribe, pero sí podemos certificar que los cines Renoir dejaron de ser exclusivos y, por tanto, perdieron gran parte de su sentido. De las nueve películas que podemos ver actualmente, sólo una, Érase una vez en Anatolia (Nuri Bilge Ceylan, 2011), se ha estrenado en exclusiva. Todas las demás se han podido ver en versión original en cines más modernos y mejor equipados. Eso es así porque, con la excepción del documental Searching for Sugar Man (Malik Bendjelloul, 2012) y Días de pesca en Patagonia (Carlos Sorín, 2012), que también han encontrado su hueco fuera del circuito de Alta Films, nos encontramos con largometrajes accesibles para las grandes audiencias, con un claro predominio del cine norteamericano y grandes estrellas en el cartel, como ejemplifican Django desencadenado (Quentin Tarantino, 2012), Anna Karenina (Joe Wright, 2012), To the Wonder (Terrence Malick, 2012) y Tierra prometida (Gus Van Sant, 2012). Completa la programación un film inglés con otra estrella tras la cámara, El cuarteto (Dustin Hoffman, 2012), junto a las películas nacionales Tesis sobre un homicidio (Hernán Goldfrid, 2013) y Alacrán enamorado (Santiago A. Zannou, 2013). De todas ellas, sólo esta última está distribuida directamente por Alta Classics, la filial de distribución de Alta Films.

Si a esta convencional programación, omnipresente también en las 11 salas de los cines Princesa, abiertos después por Alta Films con un mostrador de venta de palomitas y refrescos que hubiera sido un sacrilegio en el Renoir Plaza de España, unimos unas pésimas condiciones de proyección, con unas pantallas poco más grandes que nuestras actuales televisiones, se entiende el éxodo de los aficionados más exigentes hacia otras salas en teoría menos elitistas. Si puedo ver los mismos largometrajes en versión original en una gran pantalla, con cómodas filas en anfiteatro que garantizan una plena visibilidad y un sonido envolvente de verdad, ¿por qué debo volver a nuestros queridos Renoir? En los cines Kinépolis o Cinesa Manoteras, mis preferidos hoy en día, siempre apesta a palomitas, pero han hecho realidad el sueño de mi adolescencia de poder salir del gueto cultural de los Renoir y ver una película de Lars Von Trier o Terrence Malick en el mismo local donde Tom Cruise seduce a las masas con Oblivion (Joseph Kosinski, 2013).

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