Crítica en 200 palabras (o casi): Harakiri (1919)
Lugar de proyección: mi hogar, dulce hogar.
Formato de proyección: VOD (YouTube).
Valoración: ★★ (Podría volver a verla).
Ahí va la crítica:
Harakiri (Fritz Lang, 1919): Entre las dos partes de Las arañas Lang dirigió esta adaptación de Madam Butterfly, la famosa ópera de Puccini, aunque sin canciones, obviamente. Podría haber estado basada en la obra de teatro anterior, o en el cuento original, ambos mucho menos conocidos, pero así lo proclama los títulos de la película como gancho comercial aunque el cine sonoro no existiera todavía. Haciendo uso de nuevo del exotismo –estamos en el Japón de finales del siglo XIX– que tan bien sabían crear los artistas de la Decla, asistimos a un drama en toda regla protagonizado por una mujer asediada por dos caricaturescos villanos –uno la desea, otro la quiere convertir en geisha– y que luego acaba en las garras de un tercero: el navegante danés que la enamora, la embaraza y luego la deja esperando su regreso durante años. Para el que conozca la historia ninguna sorpresa le aguardará, pero además la realización es bastante plana y funcional, excepto algunos bonitos encuadres. Solo la interpretación de Lil Dagover consigue en la parte final, la más dramática y poética, que nos conmovamos un poco ante el trágico final de una mujer que hace de su inquebrantable fidelidad su principal rasgo definitorio.
Criterio de valoración:
● (No debería haberla visto)
★ (Espero no volver a verla)
★★ (Podría volver a verla)
★★★ (Quizá la vuelva a ver)
★★★★ (Seguro que volveré a verla)
★★★★★ (La veré varias veces)
Da la impresión de que ha comenzado en este blog un repaso sistemático y cronológico a toda la obra actualmente conservada de Fritz Lang (la mayor parte de la cual yo he tenido la suerte de poder ver en pantalla gigante, en 35 mm y en versión original). Felicitaciones. Por mi lado, ya he tenido ocasión de consignar aquí que me parece un director en general inmensamente admirable aunque a veces preocupantemente irregular.
Vi «Harakiri» en la Filmoteca, hará unos diez años, y bien poca cosa recuerdo de ella, lo cual es una inconfundible señal de que no me apasionó. Me queda la vaga sensación de que se trataba de una película más bien pesadita, a pesar de su desgarrado argumento melodramático y sus sugestivos decorados exóticos. Esta vez, al parecer, sí refrendo el comentario de nuestro querido bloguero, con quien suelo discrepar en lo relativo al cine más o menos contemporáneo; quizá en materia de cine clásico armonicemos un poco más, ya lo iremos viendo (ya iremos viendo tanto el cine clásico como el grado de armonía opinadora).
«Harakiri» es en realidad un filme de aprendizaje de un director superdotado pero que sólo iniciaba su carrera y aún estaba tanteando el camino para llegar a la plena posesión de sus recursos artísticos. De ahí, supongo yo, lo mismo su tosquedad global que sus intermitentes chispazos de inspiración.
Ha sido un lugar común entre los críticos más convencionales el declarar que la etapa alemana de Lang es la verdaderamente grande, en tanto que su etapa norteamericana (cuando huyó a Hollywood en los años 30 del siglo pasado a fin de escapar de las criminales fauces de Hitler y sus esbirros) sería poco más que una serie de concesiones comerciales redimidas esporádicamente por algunas dosis de calidad introducidas de contrabando.
Mi criterio es diametralmente opuesto.
Yo afirmaría que casi todo el mejor Lang puede hallarse en sus creaciones hollywoodienses, con independencia de sus altibajos de calidad. El Lang alemán, por mucho barroquismo conceptual y mucha brillantez visual (tal vez demasiados) que empleara para anonadarnos, peca con frecuencia de hierático y grandilocuente. El Lang norteamericano, muy al contrario, obligado por los productores a moverse dentro de los géneros populares, con presupuestos más económicos y con una idiosincrasia más amoldada a la perspectiva del ciudadano de a pie, es bastante más humano, cálido, intenso y emotivo. Pero no simplifiquemos las cosas, porque de todo hay (lo sobrevalorado y lo infravalorado, lo bueno, lo malo y lo regular) en ambas fases de su filmografía; y, a decir verdad, la película suya que yo prefiero de entre las cintas mudas que realizó en Alemania, o sea «Las tres luces», es un maravilloso poema sobre el amor y la muerte, y resiste la comparación con casi cualquier cosa que su autor hiciera con posterioridad. Ya la abordaremos a su debido tiempo, espero.
Pues sí, vamos a intentar un ciclo completo de un gran director, como esos que ya raramente nos ofrece la Filmoteca Española.