Cinema Nostrum

Blog de Rafael Nieto Jiménez, historiador del cine y empresario audiovisual

Crítica en 200 palabras (o casi): Licorice Pizza (2021)

Licorice

Lugar de proyección: mi hogar, dulce hogar.

Formato de proyección: DVD.

Valoración: ★★★ (Quizá la vuelva a ver).

Ahí va la crítica:

Licorice Pizza (Paul Thomas Anderson, 2021): Solo por su empecinamiento en rodar en 35mm nos cae bien este director que, además, sabe sacar el máximo provecho a las texturas del soporte fotoquímico y el formato anamórfico. Sus guiones, sin embargo, hace tiempo que nos parecen demasiado densos en sus desarrollos dramáticos, y su puesta en escena también suele pecar de ampulosa por su afán de lucimiento. Esta vez, afortunadamente, tenemos a un Thomas Anderson más ligero, con una historia que respira vitalismo del bueno y que parece rodada sin tanto esfuerzo por demostrar lo buen director que es. Vuelve a sus queridos años setenta para contarnos la relación de amistad entre un adolescente de quince años y una chica diez años mayor que se resiste a ir más allá pese a la insistencia de él. No son guapos, sino atractivos por su personalidad, y sus aventuras de juventud son tan emocionantes como iniciáticas, enclavadas en un contexto social y político que está presente de fondo sin agobiar el relato. Tampoco es perfecta, tiene alguna arritmia debida a una composición episódica no del todo bien trabada, con algún personaje que aporta poco a la narración, pero el conjunto nos deja una sensación de reconfortante felicidad.

Criterio de valoración:
● (No debería haberla visto)
★ (Espero no volver a verla)
★★ (Podría volver a verla)
★★★ (Quizá la vuelva a ver)
★★★★ (Seguro que volveré a verla)
★★★★★ (La veré varias veces)

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5 pensamientos en “Crítica en 200 palabras (o casi): Licorice Pizza (2021)

  1. Fernando en dijo:

    Yo encontré exasperante el esquema narrativo de «Licorice Pizza», consistente más o menos en un cíclico «te quiero / no te quiero / tal vez llegue a quererte / en realidad te quise siempre / lo cierto es que nunca te quise / jamás volveré a quererte / quererte es todo lo que quiero» y vuelta a empezar otra vez, durante casi dos horas y cuarto que se hacen bastante pesaditas. Y todo ello sucede entre un protagonista masculino y una protagonista femenina que a mí no me parecen hermosos ni por fuera ni por dentro, sino más bien unos pipiolos cargantes de tanta arrogancia y pedantería como rebosan los dos. Tiene no poco de tortura el asistir pacientemente a las evoluciones -o, mejor dicho, circunvoluciones- de su trato recíproco o con otros personajes que son, por turnos, igual de insípidos o irritantes.

    Éste es por ahora el último invento fílmico de Paul Thomas Anderson, acerca del cual llegué a oír, en otra época, unas sandeces tan mayúsculas como que «es un cineasta que camina veinte años por delante de sus contemporáneos», pero a quien hoy en día ya no se le hace, por suerte para todos, demasiado caso. En realidad no es más que uno de esos directores geniecillos o genialoides que brotan cada cierto tiempo, encandilan al sector más engolado de la crítica y la cinefilia, son objeto de sesudos estudios diegéticos y extradiegéticos, y finalmente caen en un más que merecido olvido porque sus acólitos apostatan de ellos para ir corriendo en tropel detrás de la nueva sensación intelectual de la temporada.

    Paul Thomas Anderson pertenece a esa odiosa tribu de los directores listillos o listorros, de aspiraciones postmodernas, con un ego inflado hasta proporciones inverosímiles, que creen haber recibido la misión celestial de reinventar el cine. No acaban de entender que las películas no deberían estar destinadas a reflejar las emociones de sus directores, sino a suscitar emociones en sus espectadores. Su exacerbado gusto por lo críptico, lo dislocado, lo esotérico, lo tortuoso, nunca deja de recordarme que los excesivos misterios rara vez tienen algo valioso que ocultar.

    En fin. Menos mal que «Licorice Pizza» ofrece algunas, no muchas, ráfagas esporádicas de brillantez, y así no desciende a esos pavorosos abismos de pseudo-provocativo tedio característicos de ciertos engendros de su autor, tales como «Boogie Nights», «Pozos de ambición» o «The Master», y se aproxima más a otras obras suyas globalmente fallidas pero intermitentemente estimulantes, tales como «Sidney» y «Magnolia». Algo es algo.

  2. Fernando en dijo:

    Tche, tche. Cuánto derrotismo y qué poco amor propio. Hay que procurar mantener bien alto el nivel de exigencia en todos los terrenos, no sea que cooperemos, a nuestro humilde modo, para acelerar todavía más la ya de por sí rápida decadencia de Occidente.

    Ya he explicado alguna vez en este blog que, al igual que casi todo el mundo, yo veo cine para entretenerme. Si a ese respecto hay alguna diferencia entre mi actitud y la actitud más generalizada, es que a mí no me entretiene cualquier cosa, sino que exijo un entretenimiento de veinticinco quilates, por así decirlo; o sea un gran despliegue de talento, inventiva, rigor y estilo en todos los apartados que configuran una obra cinematográfica.

    Y me da igual que los personajes de una película sean usuales o inusuales, saludables o enfermizos, heroicos o rastreros, admirables o repugnantes. (Todos pueden presentar interés fílmico y humano a su manera, dependiendo de la amenidad e inteligencia del tratamiento.) Únicamente pido que no se confundan las categorías ni se mezclen las churras con las merinas: los cineastas no deberían, a la hora de contar una historia, tener tan averiada su brújula ética y estética que intenten hacer pasar por encantadoras a gentes que sólo se quedan en ridículas.

    • Entretenimiento es lo mínimo que se le puede pedir a una película, pero muchas películas me entretienen independientemente de su calidad, ya que yo busco o encuentro cosas interesantes en el cine más allá de su calidad artística. Vamos, que me lo puedo pasar bien casi con cualquier película, creo que por mi insaciable curiosidad por conocer.

  3. Fernando en dijo:

    Ah, sí, ésa es una de nuestras perpetuas divergencias profundas. Admito que yo, con mi mostrenco carácter, sólo siento una insaciable curiosidad por las obras que albergan una inmensa riqueza temática y estilística y que derrochan inteligencia y emotividad. Mi curiosidad por las obras que no son sino lodazales de inanidad y torpeza quedó definitivamente saciada hace mucho, mucho tiempo. Lo que me limito a hacer con éstas últimas, cuando padezco el infortunio de no poder eludirlas, es denunciarlas y flagelarlas en público -procurando no olvidar desmesuradamente que aquí nos movemos siempre en el resbaladizo terreno de las apreciaciones subjetivas- con el fin de poner sobre aviso a nuestros compañeros de fatigas y, así, fomentar el desarrollo de su sensibilidad artística y su pensamiento crítico. Aunque supongo que no servirá de nada o de casi nada, ése es el granito de arena que yo trato de aportar para que el género humano no se vuelva fácilmente contentadizo y resignadamente apático (aún más de lo que ya lo es por naturaleza).

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