Crítica en 200 palabras (o casi): Río Grande (1950)
Lugar de proyección: mi hogar, dulce hogar.
Formato de proyección: Blu-ray.
Valoración: ★★★★ (Seguro que volveré a verla).
Ahí va la crítica:
Río grande (Rio Grande) (John Ford, 1950): El ejército o la familia, cumplir con el deber o dejarse llevar por los afectos, sobre estas dualidades gira este western de marcado sentimentalismo militar. John Ford vuelve a saber encontrar el equilibrio justo entre la masculinidad inherente a una cinta de acción –la caballería se dedica a vigilar la actividad india en la frontera con México– y la sensibilidad que se trasluce del sufrimiento de unos personajes solo en apariencia imperturbables. Nadie mejor que John Wayne para expresar con una mirada su preocupación por la llegada al regimiento de su propio hijo, o el amor hacia una mujer a la que hace quince años que no ve debido a la guerra civil. Es, por tanto, una película de reencuentro familiar que simboliza la curación de las heridas de una nación que Ford parece querer cerrar también musicalmente, cuando la caballería toca Dixie en el desfile final. Y es que la música cobra una importancia inusual, incluso excesiva, en una narración plagada de canciones que remarcan los sentimientos de los personajes de manera muy explícita. Asombra el virtuosismo musical de los soldados, pero es preferible al tosco humor cuartelero que exhibían, por ejemplo, en Fort Apache (John Ford, 1948).
Criterio de valoración:
● (No debería haberla visto)
★ (Espero no volver a verla)
★★ (Podría volver a verla)
★★★ (Quizá la vuelva a ver)
★★★★ (Seguro que volveré a verla)
★★★★★ (La veré varias veces)
Discrepo.
«Río Grande», sin llegar a ser tan mala como «María Estuardo», «La mascota del regimiento», «Tres padrinos», «Cuna de héroes» o «Escala en Hawai», queda lejísimos, en lo que a calidad se refiere, de obras maestras como «Centauros del desierto», «El hombre que mató a Liberty Valance» y «El gran combate», o incluso de otras películas extraordinarias e inolvidables como «El joven Lincoln», «Las uvas de la ira», «Pasión de los fuertes», «El hombre tranquilo», «Escrito bajo el sol» o «Dos cabalgan juntos».
Lo cierto es que yo nunca he compartido el entusiasmo de innumerables cinéfilos, rayano es la veneración religiosa, hacia la así llamada trilogía de la caballería de John Ford, que esta formada, a mi entender, por dos películas bastante buenas pero nada magistrales («Fort Apache» y «La legión invencible») y otra más bien normalita tirando a mediocre («Río Grande»).
No negaré que en «Río Grande» aparecen intermitentemente varios agradables rasgos del cine de Ford, como su extraordinario arte en la composición de los encuadres, su humana espontaneidad y su cariño por los personajes protagonistas. Pero demasiadas veces se ven empañados y enturbiados por un ritmo lánguido y reiterativo, un abuso de estereotipos acartonados y una palpable desgana con un material que ya había quedado tan archiexplotado por su autor como la proverbial gallina de los huevos de oro.
En realidad no es cuestión de ponernos ahora en plan puerilmente desmitificador e intentar destronar a John Ford de su sitial artístico limpiamente merecido y ganado. Sin duda -al menos en mi opinión- es un gran director; incluso es uno de los mejores directores que han existido; pero no es, a diferencia de lo que algunos afirman con una adoración casi mesiánica, el Mejor Director de Todos los Tiempos. Tiene unas cuantas limitaciones importantes, que son apenas discernibles en sus cintas más logradas, pero que se hacen progresivamente más manifiestas conforme nos centramos en los peores especímenes de su muy gloriosa pero muy irregular carrera cinematográfica.
En «Río Grande», por culpa de la insipidez general de su falta de brío, resaltan chirriantemente muchos de los afectos más incompartibles de su autor: sus fervientes, casi beligerantes, catolicismo y militarismo, que lo llevan a presentar una imagen deformada de la vida y la Historia; su idea de la mujer como resignada madre y esposa, cuyo ineludible deber es adaptarse a todos los fanatismos y excentricidades de su varonil marido y «aceptarlo como es» sometiéndose finalmente a su adoctrinamiento; un concepto de los indios que con frecuencia no va más allá de lo que ofrece una hilera de patitos en una barraca de feria para el tiro al blanco; una sobreabundancia de canciones irlandesas que pueden llegar a hacerse aún más cansinas que los interludios musicales de Harpo Marx; un mal disimulado populismo en sus arengas morales, sociales y políticas; un burdo exceso de glorificación de los borrachines simpaticotes; etc.
Ojalá se analicen en este blog otras películas infinitamente mejores de John Ford, para darme así la oportunidad de explayarme a gusto sobre sus mayores virtudes, y también de dulcificar el posible mal sabor de boca que haya podido dejar esta somera exposición de sus peores defectos.
Por no ser perfecta solo tiene cuatro estrellas para mí, y no cinco. La belleza de una película como esta está muy por encima de sus evidentes defectos ideológicos, pero que a la postre me importan poco cuando consigue que me implique en las peripecias de sus personajes y me emocione con ellos, para lo cual John Ford es un maestro y por eso está en la cima del cine junto a muchos otros. Yo no soy capaz de decir cual es el mejor director, y tampoco creo que sea importante, me basta con disfrutar de todos ellos.
El problema de este filme, a mi juicio, no es que no sea perfecto (¿cuántos lo son?), sino que es MUY imperfecto aunque no acabe de ser un completo desastre. En mi visión personal, su belleza es, a todos los niveles, demasiado limitada. A mí también me dan igual los presuntos defectos ideológicos de una ficción, con tal que su autor consiga hacerla, si no inteligente, al menos sí lo bastante entretenida y conmovedora… lo cual no es aquí el caso. Allá tú, Rafa, si has disfrutado enormemente con «Río Grande»; estás en tu derecho, y me consta que no eres el único en ese sentido. Yo, si la cosa es implicarme en las peripecias de unos personajes y emocionarme con ellos, lo he hecho considerablemente más en otras películas de Ford que ya he nombrado más arriba. Qué le vamos a hacer: unas veces se gana y otras se pierde.
Aparte de eso, yo soy incapaz, al igual que tú, de establecer quién es el mejor director en términos absolutos, por no decir absolutistas; y sin embargo soy perfectamente capaz de establecer quién es el mejor director para mí a día de hoy, y además creo que ello tiene cierta importancia, siquiera sea para intensificar la diversión que puede haber en practicar, no profesionalmente, el pequeño arte de la crítica cinematográfica. No veo por qué el hacer eso tendría que impedirnos disfrutar con cualquier otro director, inmenso o modesto, que tenga algún elemento valioso que aportarnos. En verdad, los cielos no se vendrán abajo por ello.
Por lo que a mí respecta, quienes conocen la faceta cinéfila de mi personalidad saben de sobra que soy un minnelliano irredento. Pero la circunstancia de que yo tenga a Vincente Minnelli por el director que hasta ahora, en líneas generales, ha llegado más alto en el campo de la creación cinematográfica, no me incapacita para admitir que en su carrera no siempre es oro todo lo que reluce, ni para hacer matizadas distinciones en cuanto a su calidad examinando caso por caso. Si no hallo inconveniente en proceder así con Minnelli, entiendo que me es lícito portarme de esa misma manera con Ford.
Volviendo sobre «Río Grande», lo malo no sólo es que aquí vemos -o, cuando menos, veo- a John Ford trabajando a presión menos que completa, hasta el punto de que casi parece una pobre imitación de sí mismo. Hay otra desventaja adicional, que termina de inclinar la balanza. En el interesante documental «Directed by John Ford» de Peter Bogdanovich, una de las aportaciones más persuasivas la hace el otrora estimable guionista/director Walter Hill. Éste argumenta, creo que con entero acierto, que John Ford recibió una educación rígidamente conservadora de «Dios, Patria y Familia», la cual aceptó sin cuestionarla nunca a fondo, pero que John Ford poseía suficiente intuición y perspicacia para notar vagamente que a menudo la realidad desmentía tales principios; así que vivía cómodamente instalado en un mar de contradicciones que nunca trató de resolver en serio. En sus peores películas, ello puede ocasionar muchas lamentables incongruencias en todos los aspectos: el narrativo, el temático, el estilístico y el emocional; pero en las mejores, seguramente sin darse cuenta, ello confecciona un riquísimo tejido de puntos de vista opuestos y enfrentados entre sí, sin que ninguno resulte enfáticamente privilegiado, dando como fruto una muy estimulante ambigüedad… y la ambigüedad es el hogar del artista genuino.
Pues bien, tan gratificante fenómeno no se produce en «Río Grande», donde lo que predomina, por desgracia, es una chata unidimensionalidad, así como un ritmo mayormente tedioso y rutinario, a pesar de algunos esporádicos chispazos de inspiración. Lástima.
De nuevo la subjetividad de cada uno nos hace apreciar de manera muy diferente una misma película, con lo que no hay mucho más que decir. Solo que he visto la película en una estupenda copia en Blu-ray que resalta mucho su belleza pictórica, y seguramente eso haya influido en mi entusiasmo. Igual que sucede con los libros, las obras no nos dicen las mismas cosas en una edición que en otra. Ni en una lectura u otra debido a nuestro estado de ánimo. En cualquier caso, es una película que siempre me ha gustado, vista en 35mm en el Doré, en VHS, en un DVD desastroso o ahora en este Blu-ray.
Para mí la explicación de las tremendas desigualdades de calidad presentes dentro de la filmografía de John Ford reside básicamente en un factor fundamental e insoslayable: que, a semejanza de Raoul Walsh, se trata de un director destajista que rodaba demasiado, a veces hasta tres o cuatro filmes en un solo año. Llevan su rúbrica más de 130 películas; ahí es nada. Y existe una gran diferencia entre sus obras más sentidas, donde su compromiso personal y artístico con ellas es palpable, y aquellas otras que sólo realizó para compensar con un fácil éxito comercial un fracaso anterior en taquilla, o para liquidar una obligación contraída con una compañía productora al haber firmado un contrato de varias películas seguidas, o para hacer un favor a un amigo, o simplemente para pagar la hipoteca de su yate.
Paradójicamente, sin embargo, se producía a veces el curioso hecho de que algunos de sus proyectos mercenarios resultaban muy gratos de ver, y algunos de sus proyectos personales derivaban en incalificables fiascos artísticos. Siempre debemos estar en guardia contra toda generalización maniquea.
En este punto entra en escena otro factor determinante: John Ford no era un autor reflexivo ni intelectual, sino una especie de «bestia maravillosa» que lo conseguía todo por medio de su instinto y su intuición. Esto no quiere decir que fuese tonto, pero sí que podía mostrarse sinceramente ingenuo en ciertas cuestiones relevantes. Y, además, su instinto y su intuición, excepcionales cuando funcionaban a pleno rendimiento, no permanecían siempre en estado de máxima alerta, sino que de vez en cuando sufrían lapsus y eclipses, y así aparecían eventuales sequías de inspiración.
Todo lo cual ocasiona, en mi caso particular, que la de Ford sea una una filmografía que no me apetece recorrer en su integridad, dado lo muy descorazonadoras que pueden ser sus películas fallidas o semifallidas, y que yo prefiera ceñirme exclusivamente a lo más granado de su obra, pues aquí sí se encuentran inmensas satisfacciones y felicidades.
En eso estoy de acuerdo, es una filmografía demasiado extensa e irregular. Si cogemos solo sus veinte mejores películas tenemos una filmografía impecable a la altura de cualquiera.