Cinema Nostrum

Blog de Rafael Nieto Jiménez, historiador del cine y empresario audiovisual

Crítica en 200 palabras (o casi): Gentleman Jim (1942)

Gentleman

Lugar de proyección: mi hogar, dulce hogar.

Formato de proyección: DVD.

Valoración: ★★★ (Quizá la vuelva a ver).

Ahí va la crítica:

Gentleman Jim (Raoul Walsh, 1942): Cuando los boxeadores no eran caballeros, sino luchadores sin formación surgidos de las calles y acostumbrados a pelear sin guates, apareció James J. Corbett, un empleado de banca, para dignificar este deporte con su elegante porte y sus innovadoras técnicas boxísticas. Esta película nos cuenta su ascenso desde el anonimato hasta la cúspide, cuando derrotó a John L. Sullivan, el campeón del mundo, pero favorecido fotogénicamente con los rasgos de Errol Flynn, como siempre muy encantador tanto para las mujeres como para los hombres. Pero no es una película biográficamente detallista, afortunadamente, sino una trepidante y divertida narración de superación salpicada con la inevitable relación de amor-odio con una rica heredera. Ambientada en el San Francisco de 1887 gracias a unos espectaculares decorados muy atractivamente fotografiados, su guion denuncia levemente el clasismo imperante en la sociedad, nos descubre los albores del deporte como espectáculo de masas y, aunque sus personajes no sean muy profundos ni apenas evolucionen, Walsh se las apaña para arrastrarnos con un vertiginoso ritmo de montaje a un mundo desquiciado y seguramente irreal, pero muy atractivo porque incluso la rivalidad acaba mostrando su lado más noble. Las acciones pugilísticas, además, siguen siendo bastante creíbles.

Criterio de valoración:
● (No debería haberla visto)
★ (Espero no volver a verla)
★★ (Podría volver a verla)
★★★ (Quizá la vuelva a ver)
★★★★ (Seguro que volveré a verla)
★★★★★ (La veré varias veces)

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2 pensamientos en “Crítica en 200 palabras (o casi): Gentleman Jim (1942)

  1. Fernando en dijo:

    De nuevo suscribo completamente la opinión de nuestro querido Rafa, pero antes de explicar el porqué me entregaré a unas cuantas digresiones.

    Simplificando mucho, quizá muchísimo, cabe decir que el mejor cine norteamericano de la época clásica se divide en dos corrientes principales, que podríamos llamar la escuela de Lubitsch y la escuela de Griffith.

    La escuela de Lubitsch estaba especializada en comedias, melodramas y musicales. Su tono era intimista y amante de los interiores artificiales. Su forma de ver la vida era compleja, retorcida y cínica, con inesperados estallidos de romanticismo y ternura. Se caracterizaba estilísticamente por recurrir a los planos largos, llegando muchas veces al plano-secuencia, por emplear una cámara fluida en casi continuo movimiento, con un uso muy elegantemente barroco del travelling y la grúa, y por preferir rodar en formato Scope. Ejemplos insignes son Minnelli, Cukor, Wilder, Mankiewicz y Preminger.

    La escuela de Griffith estaba especializada en cine bélico, policiaco y del Oeste. Su tono era épico y amante de los exteriores naturales. Su forma de ver la vida era sencilla, ingenua y campechana, con inesperados estallidos de desengaño y amargura. Se caracterizaba estilísticamente por recurrir a los planos breves, sin llegar casi nunca a ser exageradamente breves, por emplear el plano-contraplano y una cámara estática, cuyos escasos movimientos se destinaban casi siempre a seguir imperceptiblemente los desplazamientos de personas o cosas, y por preferir rodar en formato cuadrado. Ejemplos insignes son Ford, Hawks y Walsh.

    Mis predilecciones íntimas se inclinan habitualmente hacia los lubitschianos más que hacia los griffithianos; pero ello no impide que éstos últimos me parezcan sumamente valiosos ni que me hayan deparado innumerables horas de placer.

    De entre los tres griffithianos mencionados, es Walsh el que menos me entusiasma, a pesar de la viva simpatía que me despierta y los indudables logros y méritos que debo reconocerle a su carrera. No es tan intenso, riguroso y personal como Ford y Hawks, aunque comparta con ellos su falta de pretenciosidad y su habilidad narrativa. Más bien se trata de un estajanovista poco selectivo, que aceptaba realizar prácticamente todo lo que le endosaban por contrato, y que a veces resolvía esos encargos con pasional creatividad y otras con burocrática grisura. Él, a diferencia de sus dos «compañeros de escuela», sí rodó en Scope todas sus películas -exceptuando «La esclava libre», que lamentablemente no he visto- a partir de mediados de los años 50, el momento de la invención de ese formato; pero sospecho que esto se debió sobre todo a imposiciones de las compañías productoras; aun así hay que admitir que se servía estupendamente de la pantalla ancha, cosa que resulta meritoria por partida doble si recordamos que Walsh había quedado irremisiblemente tuerto en 1928 al perder el ojo derecho en un accidente automovilístico.

    Hay demasiadas obras suyas que no he visto. Su filmografía es extensísima: consta de más de 130 películas, por haber debutado en el cine mudo y trabajado incansablemente, y en la actualidad no son todas fácilmente accesibles ni mucho menos. De todas formas, he procurado ver, en las mejores condiciones posibles, cuantas se me han puesto a tiro, valga la expresión, y he encontrado un surtido muy seductor pero muy irregular. Se da la paradoja de que algunas de sus creaciones más populares y/o prestigiosas me dejan un poco frío y, en cambio, otras más olvidadas y/o denostadas me gustan casi a rabiar. Hasta ahora no hay ninguna de ellas que yo considere lo que se suele llamar una obra maestra, pero no pierdo la esperanza de que algún día me salga al paso una joya así que lleve su firma.

    Entre sus cintas, como digo, las hay horrendas («Mas allá de las lágrimas»), aceptables («Los violentos años 20», «Jornada desesperada», «Río de plata», «Tambores lejanos», «Los implacables»), buenas («El ladrón de Bagdad», «El precio de la gloria», «Alta tensión», «Murieron con las botas puestas», «Gentleman Jim», «Objetivo: Birmania», «Juntos hasta la muerte», «El mundo en sus manos», «Fiebre de venganza», «Los desnudos y los muertos», «Esther y el rey», «Una trompeta lejana») y magníficas («Pasión ciega», «El último refugio», «Perseguido», «Al rojo vivo», «El hidalgo de los mares», «Camino de la horca», «Historia de un condenado»).

    Ya habrán advertido los lectores que aprecio «Gentleman Jim» sin incurrir en idolatrías. Me pareció una narración bastante amena y movidita, con mucho encanto y agilidad. No obstante, queda una pizca deslucida si la comparamos con otra historia boxística -más sentida y sincera, más realista y turbia, y más beneficiada por la supresión del Código Hays de censura cinematográfica imperante durante excesivas décadas- que constituye una de las grandes películas de John Huston: «Fat City» (1971). Qué le vamos a hacer.

    • Hay muchas que me gustan de Raoul Walsh, pero tengo debilidad por «El mundo en sus manos». Es otro director al que debo un ciclo exhaustivo. A ver si encuentro tiempo este verano.

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