Crítica en 200 palabras (o casi): No es país para viejos (2007)
Lugar de proyección: mi hogar, dulce hogar.
Formato de proyección: DVD.
Valoración: ★★★★★ (La veré varias veces).
Ahí va la crítica:
No es país para viejos (No Country for Old Men) (Joel y Ethan Coen, 2007): Hay en el mundo gente mala, muy mala, y luego está el Anton Chigurh interpretado por Javier Bardem. A diferencia de otros psicópatas cinematográficos, no es un simple ser indestructible oculto tras un frío rostro o una máscara impasible, sino que tenemos a un auténtico ser humano, un profesional de su oficio que piensa con lógica, que tiene su propia ética laboral, incluso un tenue sentido del humor negro, por lo que su total falta de piedad hacia sus víctimas provoca más inquietud en el espectador que los asesinos de muchas películas de terror. La realidad de nuestro mundo y sus desquiciados habitantes es bastante peor de lo que queremos reconocer, y los hermanos Coen han querido mostrárnoslo personificado en un personaje inolvidable imaginado por Cormac McCarthy. La incomprensión del viejo comisario encarnado por Tommy Lee Jones es la de cualquier persona decente que se sienta superada ante tanta maldad inexplicable. Hay, por tanto, una película filosóficamente importante por debajo de su aspecto de western policial rodado con gran eficacia y sutileza por dos de los mejores creadores de personajes excéntricos. Y además sin dejar de desprender un bello aliento clásico en cada uno de sus magníficos encuadres.
Criterio de valoración:
● (No debería haberla visto)
★ (Espero no volver a verla)
★★ (Podría volver a verla)
★★★ (Quizá la vuelva a ver)
★★★★ (Seguro que volveré a verla)
★★★★★ (La veré varias veces)
¿Cinco estrellitas para una película, cualquier película, de los hermanos Coen, otro caso flagrante de cineastas injustificablemente sobrevalorados? Ni en sueños se las daría yo. Nanay. He visto buena parte de sus creaciones, y la única a la que le encuentro un poco de calidad verdaderamente sustantiva es «Muerte entre las flores», si bien los cielos no se van a venir abajo gracias a ella.
«No es país para viejos» es únicamente un mediano ejercicio de pseudoperversión, reiterativo y monótono, típico de unos niñatos siempre empeñados en dar la nota (cuando no «El Nota»; perdón por el chiste malo) y que, a fin de marcar distancias con los directores que prefieren las bonitas mentiras antes que las feas verdades, optan por preferir las feas mentiras antes que las bonitas verdades. Entiendo que no salimos ganando mucho con el cambio.
Sin ir más lejos, lo cierto es que, si uno va buscando filmes con personajes excéntricos, Frank Capra y Samuel Fuller, en registros muy diferentes entre sí, les dan sopas con honda a los hermanos Coen, y sin necesidad de tanta pose vanguardista y tanto aspaviento posmoderno, elementos éstos que parecen metidos con calzador para que les dediquen tesinas universitarias. Hasta algunos buenos aunque irregulares cineastas más o menos recientes, como David Lynch o Tim Burton (estimables ambos, aunque sólo puedan considerarlos magistrales quienes creen que surgen tantos genios cinematográficos en la cartelera semanal como setas en el campo tras una tormenta), convencen más, y con mayor frecuencia, en ese aspecto.
Y el soso e inexpresivo Javier Bardem no produce terror ni inquietud; todo lo más, repelús y asquito. Su Anton Chigurh es un simple fantoche de opereta en comparación con el escalofriante Dr. Mabuse de la etapa muda de Fritz Lang; o incluso en contraste con los psicópatas anónimos y cotidianos de Michael Haneke cuando está en su mejor momento.
¿Reiterativa y monótona? Has visto otra película, al parecer. Este era mi tercer visionado, así que mi opinión ya está bastante consolidada, para mí es un clásico moderno. Yo no admiro especialmente a los Coen, tienen demasiadas películas irregulares, pero en esta dieron en el clavo.
Llevas razón al afirmar que he visto otra película. Pero que conste que todos hacemos siempre eso en mayor o menor medida, incluido tú. Resignémos al hecho, o incluso disfrutémoslo. Lo que una obra de arte refleja verdaderamente no es la vida sino al espectador, según dejó irrefutablemente establecido Oscar Wilde en el prefacio de «El retrato de Dorian Gray».
Ahora bien, me parece raro a mí mismo el sacar a colación el calificativo «obra de arte» a propósito de los hermanos Coen, porque son de los que para no quedar como tontos se pasan de listos; en definitiva, son unos simples listillos o listorros, como se quiera llamarlos. Pertenecen a ese grupo de directores norteamericanos que íntimamente se avergüenzan de ser norteamericanos. Y no es que no existan sobradas cosas en Norteamérica de las que avergonzarse profundamente, al igual que en Europa, tal como existen también sobradas cosas de las que enorgullecerse legítimamente en ambas zonas geográficas. Resulta admirable la elección de rechazar lo peor de la cultura norteamericana para abrazar lo mejor de la europea; no resulta tan admirable la elección de rechazar lo mejor de la cultura norteamericana para abrazar lo peor de la europea. Excusado es decir hacia cuál de las dos posturas se inclinan casi siempre, a mi juicio, los hermanos Coen.
Una última pequeña precisión acerca de nuestro Javier Bardem, como lo moteja la prensa española. (¿«Nuestro»? Desde luego, mío no es. Yo jamás lo compré: ni en efectivo ni con tarjeta de crédito.) Este actor resulta -a mi juicio nuevamente, por supuesto- una especie de Sylvester Stallone de secano y con pretensiones «artísticas». Nada tiene de extraño que se involucre frecuentemente en propuestas que yo encuentro, como mínimo, extraordinariamente poco estimulantes.