Crítica en 200 palabras (o casi): Ariane (1957)
Lugar de proyección: el hogar, dulce hogar, de mis padres.
Formato de proyección: VOD (Movistar +).
Valoración: ★★★★★ (La veré varias veces).
Ahí va la crítica:
Ariane (Love in the Afternoon) (Billy Wilder, 1957): El amor romántico y eterno que el cine nos ha inculcado está bastante desprestigiado hoy en día, pues la realidad es muy diferente a la ficción, pero con películas como esta dan ganas de volver a creer. No elude ninguno de los tópicos del género –desde su ambientación parisina, Maurice Chevalier incluido, hasta la emocionante despedida en una estación de tren–, pero los aprovecha para reírse de ellos con la complicidad del espectador. La relación que se plantea entre un rico y maduro Gary Cooper acostumbrado a seducir mujeres sin comprometerse y una jovencita Audrey Hepburn que disimula su virginidad para seducirlo a pesar de desaprobar su conducta mujeriega, daría para un furibundo análisis feminista si uno quisiera mortificarse en vez de disfrutar sin más de una función tan magistralmente montada. No importa que adivinemos el final porque la maestría de Billy Wilder y su guionista I.A.L. Diamond estriba en sorprendernos con cada nuevo giro de guion, con cada nueva vuelta de tuerca a unos gags que nunca parecen agotarse –el grupo de zíngaros que acompaña los encuentros amorosos sería el mejor ejemplo–, incluso con cada detalle de la escenografía o del uso paródico de la música. Imprescindible.
Criterio de valoración: ★ (Espero no volver a verla) ★★ (Podría volver a verla) ★★★ (Quizá la vuelva a ver) ★★★★ (Seguro que volveré a verla) ★★★★★ (La veré varias veces).
Celebro sobremanera poder declarar que esta vez coincido absolutamente con las sabias palabras del autor y redactor de este blog. Lástima que no nos obsequie (ni se obsequie a sí mismo) más a menudo con la visión y comentarios de las grandes joyas intemporales del Hollywood clásico.
En principio no me haría falta añadir más, pues ni aunque quisiera encontraría yo modo alguno de enmendarle la plana. Aun así, mi carácter parlanchín me empuja a incluir varias apostillas anecdóticas.
Mi credo cinéfilo reza: «Amarás a Vincente Minnelli sobre todas las cosas, y a John Huston y a Billy Wilder como a ti mismo.» No en vano, Wilder es el director de ocho de las mayores obras maestras de la Historia del Cine (uno se da mejor cuenta de que lo son cuando las ve sin los cortes ni las manipulaciones de doblaje de las bestias censoras franquistas): «El crepúsculo de los dioses», «Con faldas y a lo loco», «El apartamento», «Uno, dos, tres», «Irma la dulce», «Bésame, tonto», «La vida privada de Sherlock Holmes» y «Avanti!» Y asimismo coescribió con Charles Brackett el guión de otras dos más: «La octava mujer de Barba Azul» de Ernst Lubitsch y «Bola de fuego» de Howard Hawks. Por si ello fuese poco, casi todo el resto de su filmografía como director está compuesto de películas, si no tan modélicamente perfectas, sí excelentes o magníficas de todos modos. En especial, «Perdición», «Ariane» y «En bandeja de plata» están sólo a un palmo de ser obras maestras también. He visto (una y otra vez) todos y cada uno de los filmes que Wilder dirigió en solitario, y juzgo que los únicos que están llamativamente por debajo de su altísimo nivel medio de calidad son «El mayor y la menor» y «El héroe solitario»… que sin embargo resultan aceptables e incluso más que aceptables.
«La vida privada de Sherlock Holmes» es mi película favorita de todos los tiempos, junto con «El hombre que pudo reinar» de John Huston. Y es la película que he visto más veces en salas de cine proyectada en 35 mm (hace tiempo que perdí la cuenta, pero debo de haberla visto unas quince veces en esas condiciones ideales, a lo cual hay que sumar una decena de pases caseros en DVD o Blu-ray), junto con «Vértigo» de Alfred Hitchcock.
Por cierto que «La vida privada de Sherlock Holmes» es la película más genuina y satisfactoriamente feminista que imaginarse pueda, en la más sana acepción de este adjetivo. En ella, los dos cerebros masculinos más brillantes del mundo son derrotados por dos mujeres… y todos y todas se vuelven mejores personas gracias a ello. Es verdad que, por contra, «Ariane» es infinitamente más criticable bajo ese prisma; pero, por favor, no olvidemos que es sólo una película, que la comedia es un género creado ex profeso para hacernos reír con cosas que en la vida real no tendrían «ni puñetera gracia», y que, con independencia de nuestras convicciones, cuando pasamos por taquilla deberíamos preferir buen cine con mala ideología antes que mal cine con buena ideología. Aparte de eso, la intransigente postura de «nadie que no piense como yo puede hacer nunca nada bueno» es precisamente uno de los pilares fundamentales del fascismo, y además es antideportiva.
ATENCIÓN: «SPOILERS» (jajaja). Por último, no estoy yo segurísimo de que «Ariane» nos devuelva la fe en el matrimonio y en el amor romántico que dura toda la vida, a menos que seamos unos crédulos muy manipulables. Basta con examinar, una vez acabada la función -magistralmente orquestada, en efecto-, cómo será en el futuro la vida matrimonial de Gary Cooper y Audrey Hepburn. ¿Cabe creer de veras que el marido, quien toda su vida ha sido un «playboy» vocacional sin escrúpulos ni remordimientos, cambiará de la noche a la mañana y se convertirá en un riguroso practicante de la fildelidad conyugal, sin hartarse o aburrirse de su ingenua e idealista esposa antes de cuatro meses? Y, aunque así fuera, ¿soportará de buen grado la esposa el tropezarse en cualquier gran capital de Europa y América (o en cualquier avión o tren nacional o internacional) con docenas de las antiguas amantes de su multimillonario marido, sin que se produzcan constantes crisis en su relación? Para colmo, habida cuenta de la diferencia de 28 años entre las edades de los dos integrantes de la parejita, ¿no empezará la esposa a arrepentirse de su decisión o a anhelar otros consuelos cuando, en menos de una década, él se vuelva arrugado, impotente y achacoso, en tanto que ella, tan bella, aún conservará mucho tiempo su pleno vigor intelectual y sexual? Da escalofríos pararse a reflexionarlo.
Con nuestra mirada escéptica de hoy sin duda esta pareja no parece que vaya a tener mucho futuro, pero eso solo lo he pensado al acabar la película. Mientras, he sufrido por ella hasta que él la ha subido al tren, confirmando la fuerza del gran cine.
Sí, yo también tuve un nudo en la garganta durante la secuencia final en la estación ferroviaria; ello no tiene nada de extraño, dada su arrolladora emotividad. Ahora bien, los grandes artistas no se caracterizan precisamente por decirnos siempre la verdad (ésa es, en teoría, la labor de los grandes científicos, filósofos e historiadores), sino por relatarnos sus ficciones -ya encierren verdades, mentiras o una mezcla inextricable de ambas cosas- de una manera sumamente entretenida y conmovedora. Disfrutemos siempre profundamente de sus cuentos, pero no nos traguemos siempre irreflexivamente sus moralejas.