Cinema Nostrum

Blog de Rafael Nieto Jiménez, historiador del cine y empresario audiovisual

Crítica en 200 palabras (o casi): El pirata (1948)

pirata

Lugar de proyección: mi hogar, dulce hogar.

Formato de proyección: DVD.

Valoración: ★★★★ (Seguro que volveré a verla).

Ahí va la crítica:

El pirata (The Pirate) (Vincente Minnelli, 1948): Cuando el cine de Hollywood solo quería hacer realidad las fantasías de sus espectadores, por simples que aquellas fueran, teníamos películas como esta. En una ambiente caribeño recreado en estudio y completamente irreal –esto no importa mucho–, una joven sueña con conocer al pirata Macoco y correr grandes aventuras con él. Sin embargo, por presiones familiares debe casarse con un alcalde de gustos hogareños. Solo la aparición de Serafín, un cómico ambulante y bastante picaflor –un acosador en los parámetros morales de hoy–, cambiará su destino, pues él, enamorado, intentará hacer realidad las románticas fantasías de la joven. La dicotomía sueño-realidad es el eje, por tanto, sobre el que gira la narración, donde Judy Garland y Gene Kelly representan a su vez las fantasías de los espectadores que con ellos olvidaban sus grises vidas y se dejaban deslumbrar visualmente por este colorista cuento musical. El buen humor de sus diálogos y las agradables melodías de Cole Porter –aunque alguna interrumpa el ritmo de la película– completan una función que, por no faltarle nada, tampoco carece de cierto atrevimiento homoerótico en los bailes de su protagonista masculino, cuyo ajustado vestuario habrá hecho suspirar a más de uno y una.

Criterio de valoración: ★ (Espero no volver a verla) ★★ (Podría volver a verla) ★★★ (Quizá la vuelva a ver) ★★★★ (Seguro que volveré a verla) ★★★★★ (La veré varias veces).

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2 pensamientos en “Crítica en 200 palabras (o casi): El pirata (1948)

  1. Fernando en dijo:

    Vaya, vaya. Hoy toca hablar, o más bien escribir, acerca de una creación del Cineasta Más Grande de Todos los Tiempos. A pesar de mi cargo de presidente honorario del CMFVM (Club Mundial de Fans de Vincente Minnelli), cargo que hace varias décadas me concedí a mí mismo y del cual no me he expulsado desde entonces, procuraré adoptar una justa ecuanimidad.

    “El pirata”, filme excelente sin lugar a dudas, aun así no es una de las mayores cimas alcanzadas por Minnelli a lo largo de su amplia, fructífera y, sobre todo, maravillosa filmografía. Este autor, cuando la dirigió, sólo llevaba cinco años ejerciendo su oficio y, a pesar de su capacidad de hacer raudos progresos, aún necesitaba un poco más de experiencia, así como depurar y pulir su desbordante imaginación audiovisual, para lograr conquistar la plena maestría que ostentó a partir de 1952 cuando bordó su primera película absolutamente perfecta: “Cautivos del mal”.

    El guión de “El pirata” es bueno, e incluso más que bueno. Casi no podía ser de otro modo, viniendo de Albert Hackett & Frances Goodrich, el matrimonio de guionistas a cuya máquina de escribir debemos algunas notables películas como “¡Qué bello es vivir!” de Frank Capra, “El padre es abuelo” y “Un remolque muy, muy largo” del propio Minnelli, “Siete novias para siete hermanos” de Stanley Donen, y “El diario de Ana Frank” de George Stevens… aunque también sean culpables de haber escrito, ay, “El padre de la novia”, que odio cordialmente y es lo único realmente malo que dirigió Minnelli en toda su vida. Pero, no obstante sus numerosos aciertos, el guión de “El pirata” no llega a ser un modelo de estructura narrativa y de brillantez en los diálogos, como sí lo fueron los posteriores guiones de Alan Jay Lerner y de Betty Comden & Adolph Green que sirvieron de base a Minnelli para llevar a cabo sus mayores logros en el terreno del cine musical.

    No es que “El pirata” sea una película de tesis, pero, aunque su intención de partida no fuese la de transmitir ciertas ideas ni analizar algún problema socio-psicológico, sus diversos artífices y colaboradores no tenían ni un pelo de tontos: eran seres inteligentes, cultivados, complejos, de rica idiosincrasia y fuerte personalidad, cosa que siempre acaba notándose en el resultado definitivo. “El pirata” no está hecha para transmitir una determinada concepción del mundo, pero sí está hecha desde una determinada concepción del mundo, que acaba impregnándola irremediablemente y que así, por suerte, se integra en ella de una manera espontánea y orgánica, y no maquinal y forzada. Bajo su amable capa de mero entretenimiento familiar, “El pirata”, quizá sin proponérselo, es mucho más y mucho mejor que eso. Habida cuenta de que la Historia del Cine abunda en cineastas sobrevalorados que ofrecen menos de lo que parece a primera vista (desde Federico Fellini a Woody Allen, pasando por Roman Polanski), es de lo más refrescante el prestar atención a cineastas criminalmente infravalorados, o frecuentemente malinterpretados, como Vincente Minnelli, que ofrecen más de lo que parece a primera vista.

    Yo he visto varias veces “El pirata”. El aspecto que me resultó más llamativo la última vez que la vi, hará dos o tres meses, fue su carácter de estudio sutil de la represión sexual, elegantemente disfrazado para esquivar las tijeras censoras y las previsibles reacciones furibundas de las diversas “ligas de la decencia” que en el mundo han sido, pero bastante explícito y patente para cualquiera que tenga los ojos bien abiertos. Se trata de una variante más de uno de los temas recurrentes de la obra de Minnelli: la presencia de personajes solitarios, soñadores y de sensibilidad artística -neuróticos, en suma- que están permanentemente en conflicto con una sociedad intolerante y represiva y con una fea y cruda realidad. En sus melodramas, la realidad suele acabar derrotando e incluso aniquilando al soñador; mientras que, en sus comedias, la fuerza creadora y transformadora de la ilusión -habitualmente por medio de la práctica de alguna de las bellas artes- se impone sobre la sociedad, y a los soñadores finalmente aceptados y agasajados les asegura un rinconcito medianamente confortable entre sus semejantes tan desemejantes.

    La protagonista femenina de “El pirata”, la Manuela encarnada por Judy Garland, es una muchacha semiadolescente de fogosa imaginación y sexualidad a flor de piel, que se esfuerza penosamente por ocultar ambas facetas esenciales de su personalidad, al precio de una insatisfacción crónica y de una arraigada costumbre de engañar a los demás y, lo que es peor, engañarse a sí misma, para presentar una hipócrita fachada de idealismo poético y de sumisión puritana al conservadurismo tradicional. El protagonista masculino, el Serafín encarnado por Gene Kelly, es un hombre lujurioso y manipulador, un granuja sin escrúpulos ni remordimientos, que exhibe abiertamente sus peores trazas, confiado en que su simpatía superficialmente arrolladora y su éxito empresarialmente económico le permitirán quedar impune en un ambiente de machismo rampante y lógica mercantilista. Naturalmente, el encuentro, por no decir encontronazo, de estos dos personajes hará saltar chispas.

    Afortunadamente, Minnelli nunca fue un moralista severo ni un amargado quejumbroso, y el desprecio apenas tiene cabida en su obra. Siempre trató a sus personajes con respeto, cariño y entendimiento, incluso a los menos recomendables de ellos, procurando ofrecer una pintura equilibrada de sus rasgos buenos y malos, o sea “comprender sin necesariamente justificar”. Hay para los personajes de “El pirata” la posibilidad de un progreso espiritual y una “redención” mutua (siempre que sepan identificarla y aferrarla), la cual pasa por conocerse sinceramente a sí mismos para potenciar sus mejores características, desarrollándolas sin concesiones a las apariencias y al qué dirán, y para revertir sus peores características, domándolas al emplearlas para nobles finalidades. Este proceso de sanación recíproca, por medio de lo mejor que puede haber en las relaciones humanas, está sublimemente ejemplificado en un diálogo contenido en la penúltima película de Minnelli, “Vuelve a mi lado” (ya detalladamente comentada en este blog), cuando el Dr. Marc Chabot (Yves Montand) le dice a Melinda Tentrees (Barbra Streisand): “Desde que te conozco ha aparecido en mi vida un elemento que antes faltaba: misterio”, y ella replica: “Es curioso, pues desde que yo te conozco a ti veo las cosas mucho más claras.”

    Abundando una pizca más en el tema de la represión sexual dentro de “El pirata”, diré que, a mi juicio, su momento más ferozmente cómico tiene lugar cuando Manuela y la tía Inés (quien ejerce la misión de doblegar las ansias de libertad de los miembros de las nuevas generaciones, persuadiéndolos simultáneamente de que su malsana labor adoctrinadora la realiza por su propio bien) se enteran de que Serafín -el representante de las fuerzas psíquicas inconscientes desencadenadas, por decirlo en términos freudianos- está llegando al aburrido pueblecito caribeño donde ellas dos viven, y la tía Inés exclama alarmada: “¡Corramos a refugiarnos en la iglesia!” (¿O será en la Iglesia, con mayúscula?) Éste es un detalle aún más divertido que la escena donde, durante una especie de discusión pre-conyugal, Manuela, haciendo valer su justificado orgullo femenino, le arroja a Serafín todos y cada uno de los objetos contundentes que hay presentes en un salón, la cual es una de las pocas secuencias que en toda mi vida cinéfila me han hecho saltar lágrimas de risa.

    Con respecto a posibles reproches contemporáneos de que el personaje de Serafín es un acosador, cabe hacer ciertas acotaciones. Desdichados los tiempos en que hay que luchar por lo que es evidente; pero el caso es que todos sabemos, o deberíamos saber, que el género de la comedia está ahí para, entre otras cosas, poder reírnos de situaciones que en la vida real no tendrían maldita la gracia, como por ejemplo los tartazos en plena cara y las costaladas por una cáscara de plátano que abundan en las obras de genios universalmente reconocidos como Charles Chaplin y Buster Keaton. Es irrebatiblemente bueno que en nuestra época se salga colectivamente en defensa de los grupos históricamente discriminados, marginados, humillados y hasta exterminados, y sin duda habrá muchísimas más consecuencias positivas que negativas de semejante empeño; pero convendría hacer un esfuerzo -a veces muy difícil, lo sé- para no incurrir así en excesos delirantes y fanáticos, cuya primera y principal víctima suele ser el sentido del humor.

    Además, en el caso concreto del “acosador” Serafín, es posible concebir que este personaje, gracias a sus poderes ultrasensoriales que se manifiestan en su habilidad para hipnotizar a la gente mediante un espejo giratorio y sacar a la luz su verdadera personalidad, ha intuido de inmediato, sin saberlo conscientemente él mismo, que Manuela es la única tabla de salvación existente para que tanto ella como él se liberen del hastío que los aguarda en sus respectivas vidas, fruto de una educación nefasta para hombres y mujeres por igual, y con muy buen criterio no está dispuesto a renunciar a ella por nada del mundo. Aun si no fuera posible concebirlo así, tal vez su motivación inicial sea puramente egoísta, frívola y maleducada, pero a la postre resulta muy beneficiosa para todos los involucrados; pues “El pirata” es un filme lúcidamente consciente de uno de los hechos más paradójicos de este mundo paradójico, y que consiste en que, muchas veces, del bien sale el mal y del mal sale el bien, las mejores intenciones traen los peores resultados y viceversa, y en conclusión, según el pragmático título de una de las comedias de Shakespeare, “All is well that ends well”, es decir, “Bien está lo que bien acaba” o “A buen fin no hay mal principio”.

    El largo número musical titulado “The Pirate Ballet” -cuyo único defecto es que está demasiado estirado, pese a una estupenda mitad inicial, y así figura entre las ocasionales caídas de ritmo que impiden que “El pirata” sea enteramente magnífica-, en el que Gene Kelly luce unas ajustadas mallas que hacen resaltar ese “culo perfecto” que celebran entusiasmadas bastantes de sus admiradoras menos ceremoniosas y más desinhibidas, yo no lo veo como un espectáculo de tintes homoeróticos, sino como una fantasía de violación de ésas que asaltan a casi toda jovencita en plena revolución hormonal, mal que les pese a las feministas más exaltadas y recalcitrantes, quienes jamás admitirán que, sin ir más lejos, uno de los sueños secretos de muchas amas de casa respetablemente matrimoniadas es vivir durante un día la vida de una prostituta, al igual que uno de los sueños secretos de muchas prostitutas es vivir durante un día la vida de un ama de casa respetablemente matrimoniada. (Véase la extraordinaria “Bésame, tonto” de Billy Wilder como oportuna ilustración de este asunto.) Aquí, como en todo, la verdad es la verdad, nadie tiene derecho a creer nada fundándose únicamente en la ignorancia, y resulta muy sano ver las cosas -y las personas- como realmente son, en vez de como deberían ser o como nos gustaría que fuesen; pues a fin de cuentas resulta más fácil caer de pie si se sabe dónde está el suelo.

    Los movimientos de cámara de Minnelli son generalmente de una exactitud y una suntuosidad que, como reza el dicho, hay que verlo para creerlo; y en ese sentido no constituye una excepción “El pirata”, como tampoco la constituye en lo tocante al habitualmente espléndido uso minnelliano del color, el decorado y el vestuario, los cuales tienen siempre en él la función de describir a los personajes, crear ambientes emocionales y propulsar la narración, y nunca caen en la tentación esteticista de deslumbrar gratuitamente a los espectadores afectos a esas huecas películas con “muy buena fotografía y muy bonitos paisajes” cuyo epítome podría ser la plomiza “Barry Lyndon” (o “Boring Lyndon”) del otras veces admirable Kubrick.

    Y por hoy no se me ocurre nada más que comentar. Ya seguiremos con ocasión de alguna otra exquisitez minnelliana que sea objeto de análisis en estas mismas páginas digitales. Pero no me resisto a despedirme con el siguiente llamamiento. Cinéfilos del mundo entero (o, más modestamente, lectores de este blog), es urgente que descubráis o redescubráis a Vincente Minnelli, el director más entretenido, inteligente y conmovedor que hubo, hay y habrá, y os dejéis de zarandajas con fecha de caducidad. Su obra es una auténtica cueva de Alí Babá repleta de tesoros de todo género y condición. Palabra de honor.

    • No osaré contradecir al presidente del CMFVM, pero no por respeto a ese importante cargo, sino por la justicia de sus palabras. Solo diré que es difícil saber si el homoerotismo que se entreve en tantas películas como esta es consciente o no por parte de sus autores, pero no creo que un heterosexual hiciera el número de Gene Kelly con ese vestuario y esos espadones al viento. La mirada del espectador es muchas veces la que completa ese sentido y, al parecer, esta es una de esas películas-icono de la comunidad gay, al fin y al cabo el personaje de Judy Garland «sale del armario». Todo lo cual nada tiene que ver con su calidad, pero sí con hacérnosla más divertidamente sugerente.

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