Crítica en 200 palabras (o casi): Richard Jewell
Lugar de proyección: mi hogar, dulce hogar.
Formato de proyección: DVD.
Valoración: ★★★ (Quizá la vuelva a ver).
Ahí va la crítica:
Richard Jewell (Clint Eastwood, 2019): La obsesión de Eastwood por los héroes modestos, esos que no dan importancia a sus actos y sirven para ejemplificar una añorada integridad, dio últimamente como resultado dos de sus peores películas, Sully (2016) y 15:17 Tren a París (2018), debido a que sus protagonistas eran de una sola pieza, sin matices ni debilidades. En cambio, en esta ocasión acierta poniendo el foco sobre otro héroe auténtico –salvó vidas en los Juegos Olímpicos de Atlanta 96 descubriendo una bomba– que, sin embargo, contradice todos los tópicos heroicos: feo, obeso y, los más grave, con muy pocas luces. Su ingenua estupidez atemoriza –su sueño es ser policía– tanto como enternece, y cuando el FBI comience a sospechar de él solo será capaz de defenderse gracias a un amigo abogado y a la madre con la que vive. Gran personaje, por tanto, magníficamente interpretado por Paul Walter Hauser, y buen argumento para montar una de esas típicas y emotivas películas americanas donde se revelan las mezquindades de los servidores del sistema, en este caso policía y medios de comunicación, para sufrimiento del falso culpable. Eastwood saca suficiente partido a un guion que también tiene debilidades por la excesiva simplificación de varias situaciones.
Criterio de valoración: ★ (Espero no volver a verla) ★★ (Podría volver a verla) ★★★ (Quizá la vuelva a ver) ★★★★ (Seguro que volveré a verla) ★★★★★ (La veré varias veces).
Aquí va, Rafa, el comentario mío que indudablemente estabas aguardando desde que publicaste esta crítica, que parece realizada ex profeso para provocar una de mis prolijas intervenciones.
Por una vez, y sin que sirva de precedente, coincido con la práctica totalidad de tus apreciaciones acerca de la por ahora penúltima película de Clint Eastwood como director. Yo ya la evalué breve y oblicuamente, recordarás, en el curso de la pequeña polémica que en este mismo blog sostuvimos tú y yo a propósito de «El oficial y el espía» de Roman Polanski. Los curiosos lectores pueden remitirse a ella, pero añadiré ahora algunas apostillas.
Es incontestable que «Richard Jewell», aunque entretenida y conmovedora en medida más que suficiente, adolece de algunas relativas debilidades que le impiden alcanzar las sublimes alturas de algunos grandes logros pasados de su autor. Su guión no es el mejor guión del mundo, aunque tampoco sea el peor; carga con el lastre de estar «basado en hechos reales», que siempre, por muchas libertades creativas que los responsables procuren tomarse, constriñe la estructuración narrativa y la fantasía fabuladora necesarias para una plena redondez artística.
Pero lo más flojo de todo, para mí, es el tratamiento dado al personaje de la periodista Kathy Scruggs, interpretado por Olivia Wilde. No es de recibo que en algunas secuencias nos la describan como una pequeña psicópata capaz de matar a su madre por conseguir una exclusiva sensacionalista (hay incluso un primer plano muy efectista en que su rostro aparece tapado parcialmente por los listoncillos de una ventana, dividiéndolo así en franjas de luz y sombra que hacen resaltar una mirada en sus ojos casi propia de una vampira o de una encarnación femenina del Maligno) y que en otras secuencias parezca un ángel de bondad y misericordia (como por ejemplo la bochornosa escena en que se enternece y llora al comprender sus errores cuando Richard Jewell acude a la redacción del periódico para contar las desgracias que ha sufrido por culpa de sus inescrupulosos reporteros). Ya sabemos que no se trata más que de una película, y que para disfrutar cualquier película hay que consentir en una cierta «suspensión de la incredulidad»; pero todo tiene un límite, y hay que establecer bien las reglas de juego desde el principio y no saltárselas a la torera; existen determinadas cosas que encajarían muy bien en una cinta de ciencia-ficción o de aventuras exóticas, pero que no pintan nada en un drama humanista con aspiraciones de seriedad y rigor y que por su flagrante desprecio de la verosimilitud psicológica ofenden la inteligencia de los espectadores.
La auténtica Kathy Scruggs de la vida real murió, poco tiempo después del escándalo recreado en este film, a causa de una sobredosis de morfina que nunca se supo si fue deliberada o accidental. Varios amigos y colegas suyos afirman que su salud se quebrantó gravemente al volverse la opinión pública en contra de ella y al quedar ella convertida de resultas, laboral y personalmente, en una paria apestada que corría el peligro de dar con sus huesos en la cárcel. Según ellos, Clint Eastwood ofrece en la película un retrato de su personalidad muy distorsionado y tergiversado (y le formulan sarcásticamente la arquetípica pregunta: «¿Por qué dejar que la verdad nos estropee una buena historia, verdad?»), ya que al parecer no era en absoluto una arpía dispuesta a acostarse con cualquiera para sonsacar datos, sino una honrada profesional que se equivocó y que no pudo rectificar porque a su manera cayó también víctima de las presiones, manipulaciones y chantajes de sus superiores, del FBI y del Gobierno, todos los cuales no querían perder prestigio ni privarse de un oportuno chivo expiatorio.
De ser cierto lo anterior, Clint Eastwood habría incurrido exactamente en lo mismo que critica con ferocidad en la película: utilizar un medio de comunicación masivo para difamar irreparablemente a un ser humano a quien no se le permite dar su propia versión de los hechos y que no podrá defenderse. Paradojas del arte y de la vida.
Pero, en fin, al margen de esos cabos sueltos y turbiedades morales, que por fortuna no dañan irreparablemente la experiencia cinematográfica que nos ocupa, y a pesar de unos cuantos altibajos de ritmo, «Richard Jewell» se deja ver con bastante agrado, está filmada y montada mayoritariamente con el placentero clasicismo a que nos tiene acostumbrados Eastwood (el cual hace que los espectadores a los que se nos atragantan las bobadas estéticas modernitas esperemos cada año su nueva película como agua de mayo), y es una de las numerosas buenas películas de la apasionante filmografía de su autor… aunque no llegue ni de lejos a las ciclópeas alturas de una obra maestra monumental como es su filme inmediatamente anterior, «Mula», cuya importancia, me atrevo a pronosticar, se verá reconocida cada vez más con el paso del tiempo, que casi siempre acaba poniendo las cosas en su sitio.
Aprovecho para regañarte afectuosamente, Rafa, por no haber visto «Richard Jewell» en una sala de cine en el momento de su estreno. ¡Mira que denegarle a Clint Eastwood la oportunidad que sí concedes asiduamente al producto interior bruto, en todos los sentidos de este último adjetivo! Mucho me temo que, como sigas así, acabarás votando a Vox, jajaja.
Ah, y si en este blog tienes, a la manera de la Filmoteca, un buzón de sugerencias, te pido que algún día nos deleites con un análisis, siquiera breve, de algunas excelentes muestras del cine más reciente, como «Lo que esconde Silver Lake» de David Robert Mitchell y, sobre todo, «Malos tiempos en El Royale» de Drew Goddard. Como de costumbre, será un placer poder tomarlas como base para discrepar de ti, si se diera el caso.
Sí, lo estaba esperando y has cumplido puntualmente, no esperaba menos.
Ciertamente, el personaje de la periodista es lo peor del guion, pues incluso antes de su increíble cambio de actitud parece demasiado exagerado. Y su descubrimiento de la inocencia de Jewell mediante un paseíto a la cabina de teléfono es una simplificación inasumible, sea o no verdad, que eso es lo de menos cinematográficamente.
Tampoco el poli del FBI está muy desarrollado, pero bueno, al menos los personajes centrales, los que rodean a Jewell, sí son convincentes y son los que llevan el peso de la película.
En cuanto a verla en cine: no creo que la hubiera disfrutado más que en casa y las finanzas de Malpaso creo que están bien saneadas.
Y quién sabe, a lo mejor cato alguna de tus propuestas pronto.
Llama la atención que Clint Eastwood, en cierto sentido el más norteamericano de los directores, exhiba cada vez más un rasgo muy europeo: hacer un cine de personajes más que de situaciones, en la convicción de que, si se consigue que los espectadores sientan afecto y cariño por un determinado ser humano, cualquier cosa que le suceda les parecerá interesante. Y por regla general acierta.
De todas formas, para demostrar que la etiqueta «basado en hechos reales» no tiene por qué significar necesariamente un lastre, ahí está uno de los mayores logros del propio Eastwood, la absolutamente magnífica «El intercambio» (2008), que se beneficia de un guión de campeonato y que en todos los aspectos es una de las películas más valientes que el cine estadounidense de gran presupuesto haya lanzado jamás.