Cinema Nostrum

Blog de Rafael Nieto Jiménez, historiador del cine y empresario audiovisual

Crítica en 200 palabras (o casi): Vuelve a mi lado (1970)

Lugar de proyección: mi hogar, dulce hogar.

Formato de proyección: DVD.

Valoración: ★★★ (Quizá la vuelva a ver).

Ahí va la crítica:

Vuelve a mi lado (On a Clear Day You Can See Forever) (Vincente Minnelli, 1970): La relación profesional de Minnelli con el libretista Alan Jay Lerner dio como fruto tres de los musicales más memorables de la historia: Un americano en París (1951), Brigadoon (1954) y Gigi (1958). Su cuarta y última colaboración, sin embargo, es menos recordada, y es lógico que así sea porque no es un gran musical como aquellos, sino una comedia con canciones, que no es lo mismo. Carece del esplendor coreográfico que tanto atraía, y atrae, a los espectadores de aquellas, y sus canciones se mueven en un terreno sentimental menos inspirado que en otras ocasiones. Eso no impide que Minnelli vuelva a exhibir su dominio de los espacios escénicos, tanto en decorados como en exteriores, incluso en la azotea de un rascacielos, y sabe también ser juguetón con la cámara cuando conviene. El argumento es ciertamente extraño, pues el romance se desarrolla a través de unas sesiones de hipnotismo que permiten al doctor interpretado por un Yves Montand algo apagado enamorarse de una mujer del pasado reencarnada en la paciente que encarna resplandeciente Barbra Streisand. Hay inteligencia en los diálogos, pero falta algo de chispa, de la magia que esperamos del argumento y de estos dos grandes autores.

Criterio de valoración: ★ (Espero no volver a verla) ★★ (Podría volver a verla) ★★★ (Quizá la vuelva a ver) ★★★★ (Seguro que volveré a verla) ★★★★★ (La veré varias veces).

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2 pensamientos en “Crítica en 200 palabras (o casi): Vuelve a mi lado (1970)

  1. Fernando en dijo:

    Mon cher Raphael:

    Bien sabes que «Vuelve a mi lado» es una de mis cinco o diez películas favoritas, conque salta a la vista que en esta ocasión no voy a coincidir plenamente con tu criterio. Expondré varios de mis alegatos en calidad de abogado defensor de la penúltima película de Vincente Minnelli.

    Si para mí hay alguna de las cuatro colaboraciones Minnelli-Lerner que esté sobrevalorada y que no raye a la misma altura que las otras tres, ésa es «Un americano en París». Entiéndaseme bien: la considero una buena película, a ratos excelente, y sin duda contiene segmentos antológicos e inolvidables; pero el conjunto se presenta un poco deslavazado, simplón y ñoño. Se encuentra a años-luz, en definitiva, de la asombrosa madurez, riqueza y complejidad de «Vuelve a mi lado». El hecho de que «Un americano en París» obtuviera en su día un éxito económico y un prestigio crítico muy superiores a los de «Vuelve a mi lado» -una situación que se mantiene hasta hoy- sólo sirve, pienso yo, para confirmar esta máxima de Rudyard Kipling: “Lo que más agradecen los humanos es que les ahorren el trabajo de pensar.”

    «Vuelve a mi lado», en vez de una “comedia con canciones”, como la defines tú, sería más bien un “musical sin danza”. A mi modo de ver, no se trata de una rama bastarda del género, sino de una de sus ramificaciones legítimas, que cuenta con gloriosos antecedentes. Repasa «Gigi» y comprobarás que en este caso tu reconocida mala memoria te ha hecho una jugarreta, pues «Gigi» también es un “musical sin danza” en el que la coreografía es mínima o inexistente, y a mucha honra. Curiosamente, lo mismo se puede decir de «Cita en San Luis» y «Suena el teléfono», dos inmensos logros minnellianos bastante anteriores a «Vuelve a mi lado».

    Por su parte, Alan Jay Lerner (a quien, con permiso de Ben Hecht, yo tengo por el mejor guionista-no-director de toda la historia del cine norteamericano, y que además se las apañó, no sé cómo, para que sus creaciones siempre fueran llevadas a la pantalla por los visualizadores más adecuados imaginables) ya había sido autor del libreto de otros tres excelsos “musicales sin danza” en los años 60 del siglo XX: «My Fair Lady» (George Cukor, 1964), «Camelot» (Joshua Logan, 1967) y «La leyenda de la ciudad sin nombre» (Joshua Logan, 1969); los cuales, dicho sea de paso, gozaron mayoritariamente de extensa aceptación. Cabe apuntar asimismo que estas tres películas, al estar protagonizadas por actores que no sabían cantar, no incluyen realmente canciones, sino “recitados musicalizados”… por mucho que este truco funcione a la perfección. «Vuelve a mi lado», en cambio, se beneficia de la presencia de Barbra Streisand e Yves Montand (sublimes aquí los dos), que son tan buenos cantantes como actores, al menos cuando trabajan bajo la dirección de Minnelli.

    Da la impresión de que a ti el argumento de «Vuelve a mi lado» te parece inverosímilmente chocante y descabellado; yo prefiero calificarlo de sumamente original e imaginativo. Demuestra, entre otras cosas, que Lerner y Minnelli, a una edad provecta y en las postrimerías de sus respectivas carreras, seguían dispuestos a “salir de su zona de confort” -odioso modismo actualmente en boga-, es decir, a correr riesgos cinematográficos y meterse en camisa de once varas, en vez de vivir comodonamente de las rentas de sus pasadas glorias. De hecho veo como motivo de maravilla que entre ambos se las arreglasen aquí para contar cristalinamente, en poco más de dos horas, una historia tan enmarañadamente alambicada con muchos personajes y abundantes desplazamientos espacio-temporales, junto con los matizadísimos sentimientos personales involucrados, y para llevar triunfalmente tal empresa a buen puerto. Dado que Minnelli y Lerner eran partidarios de la idea de que “el cine debe ser arte pero no parecerlo”, se esmeran en que su hazaña parezca fácil y al alcance de cualquiera; pero yo juro que sólo es propia de superdotados en su oficio.

    Tú te inclinas a creer que al guión y a los diálogos de «Vuelve a mi lado» les falta algo de chispa y magia, aun ostentando aceptables dosis de inteligencia. Lo que yo me inclino a creer es que «Vuelve a mi lado», incluso en su forma sobreviviente (no olvidemos que, por desgracia, la Paramount eliminó cerca de un tercio de su metraje original de tres horas, el cual parece haberse perdido para siempre jamás), tiene un guión absolutamente modélico, con unos diálogos infinitamente ocurrentes y de enorme calidad literaria, una narrativa ejemplar en cuanto a estructura y progresión, y una filosofía sanísima.

    «Brigadoon» y «Gigi», pese a ser filmes magníficos, encierran algunos aspectos ideológicos que resultan discutibles y hasta siniestros -muy bien disimulados, eso sí, y compensados por numerosos detalles loables-, ya que la primera realiza una sutil apología del perfecto estado totalitario y la segunda se apunta a una frívola e irreflexiva defensa del clasismo aristocrático y la prostitución infantil forzada. (Yo no pido que ambos filmes sean condenados por ello a la hoguera, ni literal ni simbólicamente; pero tampoco puedo cerrar los ojos ante sus elementos menos aconsejables.) En «Vuelve a mi lado», por contra, el único “mensaje” -¡horrenda palabra!- que hay o, cuando menos, el único que yo he alcanzado a ver hasta ahora, es éste: “Sé tú mismo, ten una mente abierta, vive intensamente la vida, manda a paseo la opinión de los demás, esfuérzate por cultivar tus facultades al máximo… y lanza mil hurras al amor, sin el cual no hay vida, con el cual puede haberla incluso después de la muerte.” ¿Será por esto, paradójicamente, por lo que a «Vuelve a mi lado» se le ha dispensado casi siempre, con honrosas excepciones, un recibimiento tan tibio?

    Pese a todo lo dicho me alegra que, aun dentro de lo que tú juzgas como una obra menor, no dejes de apreciar que Minnelli continúa haciendo gala de esa inimitable claridad de exposición, dominio narrativo y esplendor visual que han hecho las delicias de todos los cinéfilos de buen gusto de más de medio mundo durante más de medio siglo. Además, yo apostaría lo que fuese a que no te has aburrido verdaderamente en ningún momento de su proyección casera.

    De todas maneras, ¿quién sabe?, puede que en las próximas transmigraciones de nuestras almas en algún siglo venidero seas tú el fervoroso paladín de esta película y yo su escéptico semi-detractor. Mientras tanto, para hallar un terreno de admiración compartida en el que estar de acuerdo sin medias tintas, siempre nos quedarán, ¿no es cierto?, «Cautivos del mal», «Melodías de Broadway 1955», «Mi desconfiada esposa», «Como un torrente» y «Con él llegó el escándalo», por mencionar tan sólo las que estimo como las más altas cumbres del resto de la filmografía de su autor.

    Por cierto, el título español de la película es un tanto insípido, pero su título original, «On a Clear Day You Can See Forever» (algo así como “En un día despejado se puede contemplar la eternidad”, aunque resulta imposible hacer una traducción literal exacta de él), es sublime.

    Concluyo afirmando que Vincente Minnelli siempre me hace recordar esta frase con la que Henry James (el Minnelli de la literatura) describía a uno de los personajes de su novela «La Musa Trágica»: «La belleza era el fundamento de todo cuanto hacía y de la forma, inequívocamente, en que lo hacía.»

    Tuyo afectísimo. Fernando.

    • Mi muy minnelliano amigo.
      Todo lo que dices me parece muy legítimo, pero me achacas algo que no digo en mi crítica respecto a Gigi, película que tengo fresca por haberla visto hace dos años. En mi crítica digo claramente que es un musical, no hablo en ningún momento de si bailan o no, pues el esplendor coreográfico del que hablo no tiene que referirse necesariamente a los bailes (también hay coreografía cuando Chevalier canta sentado sobre sus queridas niñas), aunque es cierto que en este caso la palabra coreografía puede llevar a confusión. Cuando hablo de comedia con canciones no me refería al hecho de que bailen o no, sino a su configuración narrativa, que permitiría fácilmente sustituir las canciones por diálogos sin menoscabar demasiado el producto. Esto lo pienso porque ninguna de las canciones es memorable musicalmente, independientemente de la letra, que sí son estupendas. De todos modos, yo solo aventuraba una explicación a su menor reconocimiento en eso mismo, en que no se recuerda como un musical esplenderoso como los otros, lo que no querría decir nada en cuanto a su calidad, ciertamente, pero que en este caso coincide con su menor aprecio.

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