Cinema Nostrum

Blog de Rafael Nieto Jiménez, historiador del cine y empresario audiovisual

Crítica en cien palabras (o casi): 1917 (2019)

Lugar de proyección: Sala 3 del Yelmo Cines Ideal.

Formato de proyección: DCP.

Valoración: ★★ (Podría volver a verla).

Ahí va la crítica:

1917 (Sam Mendes, 2019): Las películas de misiones bélicas son un subgénero del cine de aventuras que no suele ofrecer más que escenas de acción condimentadas con algún instante sentimental asociado a la pérdida de algún compañero. Mendes sigue este patrón, pero lo hace en dos únicos planos-secuencia que dejará boquiabiertos a los que gusten de los alardes técnicos. Su puesta en escena se aproxima a la de los videojuegos, pero ojalá pudiéramos gozar de la misma interactividad de aquellos en el interminable recorrido del protagonista. En nuestra condición de espectadores pasivos nada podemos hacer por evitar varios de sus tediosos pasajes.

Criterio de valoración: ★ (Espero no volver a verla) ★★ (Podría volver a verla) ★★★ (Quizá la vuelva a ver) ★★★★ (Seguro que volveré a verla) ★★★★★ (La veré varias veces).

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2 pensamientos en “Crítica en cien palabras (o casi): 1917 (2019)

  1. Fernando en dijo:

    RÉPLICA EN MIL PALABRAS (O CASI):

    Jajaja. Se conoce, Rafa, que últimamente no estamos de acuerdo casi nunca en nuestra valoración de las películas modernas. Juro que no lo hago adrede, y estoy convencido de que tú tampoco; simplemente no podemos evitar ser como somos, y eso tiene la ventaja de crearnos bonitas oportunidades de practicar la esgrima intelectual, en la que yo siempre agradezco contar con rivales de tanta categoría y deportividad como las tuyas. Es un placer y un honor infrecuentes.

    El único filme reciente en cuya valoración hemos coincidido, que yo recuerde, es «Puñales por la espalda». Rian Johnson debería patentar su fórmula. Esa capacidad de conciliar posturas tan contrarias ha de labrar su fortuna.

    Yo nunca he sido un admirador de Sam Mendes. A excepción de la estupenda «Camino a la perdición», sus demás películas -incluida «American Beauty», sí- me han parecido unas muy insatisfactorias combinaciones de psicología barata y esteticismo publicitario. Hago constar que las únicas que no he visto son «Jarhead» y «Spectre»; y la verdad es que lo lamento en el caso de la primera de ellas, porque goza de buena reputación entre ciertos críticos que estimo fiables, así que algún día me ocuparé de subsanar esta omisión involuntaria.

    Mi interés por ver «1917» era inicialmente sólo relativo y no poco cargado de aprensiones, por lo cual me alegra mucho haberme llevado una agradabilísima sorpresa. Despertaba mi curiosidad el hecho de que estuviera rodada en dos planos increíblemente largos (ya sé, ya sé, que en realidad son muchos más, y que han sido impecablemente ligados mediante trucajes digitales para que no se adviertan las «costuras»). Uno de los rasgos que más detesto del cine comercial de las últimas décadas es su tendencia al montaje ultrarrápido, con su bombardeo de planos brevísimos que a veces no llegan a durar ni siquiera un segundo; es un tipo de planificación que produce más mareo e irritación que otra cosa, que no deja «respirar», y que fatiga a la vez los ojos y el cerebro. En cambio, siempre he sido partidario, cuando ello viene a cuento, de las tomas largas de varios minutos de duración, en especial si combinan elegantemente el travelling, la grúa y el formato Scope.

    Sólo que en esto, como en todo, siempre es conveniente ver caso por caso, sin anclarse en dogmatismos rígidos; es bien sabido que donde hay dogma no hay razón. El montaje ultrarrápido puede dar ocasionalmente frutos esplendorosos, como en algunas cintas de, por ejemplo, Peckinpah, Eisenstein y Welles. Y existen algunos directores, predominantemente europeos, cuyo uso del plano-secuencia sólo conduce a estirar infinitamente ese tedio a que son tan propensos. (Así ocurre cada vez que los medios se convierten en fines y por eso no llevan a ninguna parte.)

    Tú hablas de «1917», Rafa, como de un alarde técnico que puede dejar boquiabiertos a algunos. Lo cierto es que a mí la «técnica» me da igual; es un concepto que sólo me suena a kilovatios y a tornillos, y tiene escaso poder de regular el grado de apertura de mi boca. Lo que sí me importa, y muchísimo, es el «estilo» (aunque, claro está, para cultivarlo haya hecho falta un gran despliegue técnico, o tecnológico, del cual no soy consciente por regla general), que es lo que a fin de cuentas determina la calidad de una obra de arte. La forma no adorna el fondo: lo crea. Lo que verdaderamente se dice surge de cómo se dice lo que aparentemente se dice. No basta con tener un tema más o menos admirable; el deber del artista es tratarlo admirablemente; la «admirabilidad» de su tratamiento puede calibrarse fácilmente examinando en qué medida se ha creado un espectáculo entretenido, inteligente y conmovedor. Y añadiré que, siguiendo la máxima clásica del «nada humano me es ajeno», yo soy de los que procuran no tener una visión reduccionista y empobrecedora del mundo, de tal manera que me interesa cualquier tema si está bien tratado y ninguno en absoluto cuando está mal tratado. No se me escapa, sin embargo, que eso de «bien» o «mal» tratado es siempre una cuestión de apreciación subjetiva.

    Todo este largo preámbulo tiene como objetivo aclarar cómo y por qué yo no hallé tedioso casi nada de lo que se cuenta en «1917». Antes bien, me pareció una película absorbente e hipnótica, por no decir escalofriante, de principio a final. Su decisión -estilística, repito- de prescindir íntegramente de los cortes de montaje no es una mera proeza circense destinada a impresionar a los ingenuos y a hacer ingresar a su director en el Libro Guinness de los Récords; aquí, por el contrario, es un recurso muy efectivo para lograr que los espectadores compartan la angustia interior de los personajes sin dejar de ofrecer la más amplia perspectiva de sus circunstancias exteriores. Y, aparte de eso, si la prensa -cinematográfica y de la otra- no se hubiera ocupado de pregonar a los cuatro vientos ese carácter de toma única ininterrumpida, seguro estoy de que casi ningún espectador «de a pie» se habría fijado ni le habría dado la más mínima importancia; pues, descontando una docena de panorámicas algo forzadas, los encuadres y los movimientos de cámara resultan tan sutiles, armoniosos y necesarios -narrativa, dramática y espacialmente-, y nos hacen quedar tan cautivados por las peripecias mostradas, que es preciso realizar un esfuerzo muy consciente de la atención para estar pendientes de ellos; y esto es algo a lo que el aficionado medio nunca se dedica, como todos sabemos, y menos aún en España.

    No es que «1917» me parezca estrictamente una obra maestra. Juegan en su contra algunas caídas de ritmo y algunas simplonerías de guión. Pero no son demasiadas, y los aciertos son tantos que uno se las perdona o le pasan casi inadvertidas. Tardaré mucho en olvidar, sin ir más lejos, la sobrecogedora y hechicera escena en que uno de los protagonistas avanza por un bosque hacia un punto indeterminado de donde surge un misterioso cántico bíblico. Pura magia cinematográfica.

    7,5 / 10

  2. Siendo fiel a mi habitual brevedad, Fernando, solo añadiré que en este caso a mí el truco técnico sí me saca de la película, incluso percibo el ensamblaje digital de los diversos planos que componen las dos secuencias. Tampoco me ayuda la escasa empatía que siento por los personajes, marionetas sin vida de este infernal recorrido. Pero bueno, seguro que pronto coincidiremos en la valoración de otras películas, y espero que mejores.

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