Cinema Nostrum

Blog de Rafael Nieto Jiménez, historiador del cine y empresario audiovisual

Crítica en 200 palabras (o casi): Las tres edades (1923)

Tresedades

Lugar de proyección: Sala 1 del Cine Doré (Filmoteca Española).

Formato de proyección: DCP.

Valoración: ★★★ (Quizá la vuelva a ver).

Ahí va la crítica:

Las tres edades (Three Ages) (Edward F. Cline y Buster Keaton, 1923): Este primer largometraje de Buster Keaton ironiza sobre el amor y su inmutabilidad a lo largo del tiempo. Para ello nos presenta tres situaciones similares –dos hombres que rivalizan por una misma mujer– en tres épocas diferentes –edad de piedra, imperio romano y edad moderna–, convirtiéndose así en una parodia de las películas de tesis con una única pero valiosa pretensión: hacernos reír. Todo vale para conseguir su objetivo, de modo que no tiene reparos en mezclar situaciones de interpretación muy matizadas con escenas de trazo grueso, increíbles números acrobáticos con situaciones demasiado infantiles, en un mundo en el que es incluso posible hacerle la manicura a un león para amansarlo. Las variaciones de tono y las constantes interrupciones temporales para retomar las tres acciones paralelas restan algo de eficacia al conjunto –la edad de piedra es, además, bastante inferior a los otros dos segmentos–, pero se compensa con suficientes aciertos aislados. Keaton y Cline todavía no han encontrado el guion adecuado para un largometraje y en realidad han juntado tres cortometrajes que podrían verse de forma independiente. Solo en la última escena consiguen un gran chiste que enlace las tres épocas, y sorprendentemente, también con la nuestra.

Criterio de valoración:
● (No debería haberla visto)
★ (Espero no volver a verla)
★★ (Podría volver a verla)
★★★ (Quizá la vuelva a ver)
★★★★ (Seguro que volveré a verla)
★★★★★ (La veré varias veces)

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Un pensamiento en “Crítica en 200 palabras (o casi): Las tres edades (1923)

  1. Fernando en dijo:

    Cuando hace ya muchos años fui a ver esta película lo hice casi exclusivamente porque, siempre que un director llega a apasionarme (y el maravilloso Keaton me apasiona con creces), yo soy un «completista» y quiero ver todo lo filmado por él: lo bueno, lo malo y lo regular. Doy mi palabra de honor de que no son muy numerosos los directores que han cautivado mi atención hasta tales extremos.

    El prestigio de que disfruta «Las tres edades» es escaso. Al decir esto no me refiero a que sea una cinta habitualmente vilipendiada por los comentaristas, sino a que casi nunca es mencionada por ninguno de ellos, ni en términos positivos ni en términos negativos.

    Por todo eso no esperaba yo mucho de ella al entrar en la sala para verla. Afortunadamente me llevé una grata sorpresa y salí más contento que unas castañuelas. Me reí a mandíbula batiente. Admito que, de entre el puñado de filmes dirigidos por Keaton (a solas o en colaboración, acreditadamente o sin acreditar), «Las tres edades» no está tan lograda como esa obra maestra que es «El cameraman», o como esas magníficas creaciones que son «Sherlock Jr.»(también conocida como «El moderno Sherlock Holmes»), «El rey de los cowboys» y «El boxeador» (también conocida como «El último round»); pero es muy superior a otras obras suyas, fallidas aunque extrañamente mucho más afamadas, como lo son «El colegial» y «El héroe del río»; y es igual de encomiable que sus restantes películas como director, que son todas buenas.

    A propósito, «El maquinista de la General» me parece buena también, claro está, pero creo honradamente que no es ese memorable peliculón que tantos afirman. A mi entender, está ligeramente sobrevalorada. Cosas así me incomodan pero ya no me sorprenden. En otra ocasión me preocupé de especificar en este mismo blog que tengo sobradamente comprobado que la mayoría de los críticos cinematográficos son unos papanatas que se limitan a flotar con la corriente, y que no piensan por sus propios medios ni tienen destellos sobresalientes de perspicacia. Y además cultivan una prosa groseramente tosca o ininteligiblemente farragosa, según los casos; pero, como diría Rudyard Kipling, ésa es otra historia.

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