Cinema Nostrum

Blog de Rafael Nieto Jiménez, historiador del cine y empresario audiovisual

Crítica en 200 palabras (o casi): Vacaciones en Roma (1953)

Vacaciones

Lugar de proyección: mi hogar, dulce hogar.

Formato de proyección: DVD.

Valoración: ★★★ (Quizá la vuelva a ver).

Ahí va la crítica:

Vacaciones en Roma (Roman Holidays) (William Wyler, 1953): En los tiempos en que una princesa no podía mantener relaciones con un plebeyo –al menos de manera pública–, se podían hacer películas románticas como esta, en las que el amor solo podía florecer durante una única jornada de liberación antes de tener que renunciar a él para volver a las obligaciones de Estado. Con una Audrey Hepburn tan esplendorosa como la propia ciudad de Roma antes del turismo masivo, es inevitable que el periodista Gregory Peck, conocedor de la verdadera identidad de la chica a la que acompaña, acabe por renunciar a una lucrativa exclusiva. Es una comedia de final amargo que quizás hoy nos resulte demasiado conformista. Algunas escenas cómicas se han quedado desfasadas –sobre todo las protagonizadas por Eddie Albert– por demasiado tontas e inverosímiles, pero cuando la comedia se sustenta en la química entre sus dos protagonistas consigue mantener nuestra atención hasta el final. Es un claro ejemplo de lo que significaban dos rostros atractivos y carismáticos para el éxito de una película por encima de sus debilidades argumentales y de puesta en escena. La emoción contenida de sus miradas en la escena final consigue que olvidemos lo artificiosa que es esa situación en realidad.

Criterio de valoración:
● (No debería haberla visto)
★ (Espero no volver a verla)
★★ (Podría volver a verla)
★★★ (Quizá la vuelva a ver)
★★★★ (Seguro que volveré a verla)
★★★★★ (La veré varias veces)

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2 pensamientos en “Crítica en 200 palabras (o casi): Vacaciones en Roma (1953)

  1. Fernando en dijo:

    Uno de mis juegos favoritos es aplicarme en este blog a desenmascarar directores que no son más que impostores sobrevalorados. En el cine actual los hay abundantes, pero esto no quiere decir que faltaran en el cine antiguo… sólo que por aquel entonces eran menos y no resultaban tan sumamente estridentes.

    William Wyler era uno de ellos. Su falso prestigio se cimentaba esencialmente en que solía tratar «grandes temas». Pero, a semejanza de Stanley Kramer y Fred Zinnemann, y a diferencia de Joseph L. Mankiewicz y Otto Preminger, nunca llegó a comprender que los grandes temas necesitan grandes soluciones de puesta en escena. Los chicos de la Nouvelle Vague, que fueron mucho mejores críticos que directores, acertaron, como de costumbre, al describirlo como pesado, enfático, sermoneador, moroso, sin vida, académico, ilustrativo, prudente, pretencioso e inofensivo.

    Para colmo, es el autor de «Ben Hur», uno de los mastodontes más ampulosos e interminables que se hayan realizado nunca… y, para más inri -nunca mejor dicho-, repleto de infame propaganda judeocristiana. Por contra, «Horizontes de grandeza» es, de las obras suyas que he visto, la única que posee cierto valor sustantivo, aunque sin dejar de acarrear una cierta carga de defectos: está a punto de ser una excelente película, pero no llega a culminar la tarea de serlo con plenitud. Las demás («El forastero», «Los mejores años de nuestra vida», «Vacaciones en Roma» y «El coleccionista») son de una grisura tan desesperante que me han quitado las ganas de continuar explorando su carrera, y eso que no carecían de posibilidades; pues Wyler es experto en desperdiciar casi todas las oportunidades que se le presentan. Por ejemplo, véase, a modo de contraste y de comparación, lo que con la misma historia básica de «El forastero» hizo John Huston en su fabulosa «El juez de la horca».

    Otro tanto sucede en «Vacaciones en Roma». No es más que una mediocre y a ratos cargante comedieta rosa. Sin embargo, Billy Wilder podría haberla dotado de un mordiente sarcasmo demoledor, y Vincente Minnelli podría haberla dotado de una encantadora dulzura ingenua; el resultado habría sido maravilloso en ambos casos. En manos de Wyler no es «ni chicha ni limoná», a pesar de unos pocos momentos más o menos afortunados.

    El semidesastre artístico de «Vacaciones en Roma» no lo salvan ni sus dos magníficos intérpretes. De nada sirve contar con unos actores protagonistas muy competentes si, por culpa de un guión apagado y una realización insípida, se ven obligados a hacer y decir inanidades y ridiculeces durante dos horas, no habiendo apenas ningún otro rasgo redentor en los demás apartados estrictamente cinematográficos.

    Y, por favor, que nadie hable aquí de romanticismo. Estamos sólo, y solos, ante la más ramplona cursilería y ñoñería.

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