Crítica en cien palabras (o casi): El oficial y el espía (2019)
Lugar de proyección: Sala 2 del Yelmo Cines Ideal.
Formato de proyección: DCP.
Valoración: ★★★ (Quizá la vuelva a ver).
Ahí va la crítica:
El oficial y el espía (J’accuse) (Roman Polanski, 2019): El caso Dreyfus fue un célebre proceso judicial que reveló los prejuicios de la sociedad francesa de finales del siglo XIX, y del que se pueden extraer provechosas lecciones hoy en día. El interés del argumento es, por tanto, evidente, pero lo importante es que sus autores lo han sabido narrar con claridad y agilidad, sin caer en los habituales sentimentalismos de las películas judiciales. Polanski no inventa nada, como cineasta renunció hace mucho a revolucionar el cine, lo que quizá le haya restado puntos como autor, pero su indiscutible dominio narrativo es más importante para lograr nuestro disfrute.
Criterio de valoración: ★ (Espero no volver a verla) ★★ (Podría volver a verla) ★★★ (Quizá la vuelva a ver) ★★★★ (Seguro que volveré a verla) ★★★★★ (La veré varias veces).
Nunca he comprendido la fama y reputación que tiene Polanski como genio universal, absolutamente inmerecida a mi juicio. Para mí no es más que un discipulito de Hitchcock y Buñuel, y cuya obra revela aún más palmariamente sus limitaciones al cotejarla con la de sus dos principales maestros e inspiradores.
He visto todas sus películas. En mi opinión, sólo dos de ellas son realmente buenas aunque, no sé muy bien por qué, prácticamente nadie las cita entre sus preferidas: «La muerte y la doncella» y «La venus de las pieles»; pero, ojo, que conste que sólo me parecen buenas: no excelentes ni magníficas ni extraordinarias ni geniales. Tres de ellas son desastres incalificables, por no decir engendros indescriptibles: «Cul-de-sac», «Macbeth» y «Un dios salvaje». Todas las demás son de una calidad muy medianita.
No discuto que Polanski sabe filmar muy bien, con mucha limpieza, elegancia y precisión, ateniéndose a un agradable clasicismo ajeno a los vaivenes de las modas audiovisuales, incluso en sus obras de argumento más desquiciado y abracadabrante. Sus defectos cinematográficos no radican ahí, sino en los guiones que filma, ya sean propios o ajenos.
Polanski parece sentir una extraña querencia por guiones irregulares, poco trabajados y a medio cocer. Suelen partir de una premisa intrigante e incluso fascinante, pero desaprovechan buena parte de sus posibilidades; durante largos tramos se estancan, giran inacabablemente alrededor de unos pocos elementos de muy relativo interés, y en la pantalla «no pasa nada» (nada especialmente ameno ni inteligente, quiero decir), y luego, de improviso, remontan el vuelo más que aceptablemente, y vuelta a caer otra vez en la lentitud y el tedio, por muy grotescos y demenciales que sean los hechos narrados. Y así le salen películas a ratos plomizas y a ratos apasionantes.
Para colmo de males, la claridad de exposición no es, ni mucho menos, su fuerte. Cuando Polanski aborda una trama compleja con numerosas escenas «de despacho» y largas conversaciones donde se barajan una gran cantidad de nombres, lugares y fechas, el espectador se siente perdido con excesiva y deplorable frecuencia. Este inconveniente queda muy de manifiesto en la sobrevaloradísima «Chinatown». También afecta en cierta medida a «El oficial y el espía», aunque no de una manera tan exagerada, afortunadamente.
«El oficial y el espía» me ha vuelto a parecer, como casi todas las obras de su autor, meramente correcta y pasable. Aquí asoma el Polanski más aséptico y academicista, y en el que la frialdad expositiva -al contrario que la de algunos logros monumentales de Otto Preminger- no beneficia al conjunto, sino que merma considerablemente su eficacia.
Resulta curioso que, esta misma semana, yo haya visto «Richard Jewell» de Clint Eastwood, que trata, mutatis mutandis, el mismo tema: a saber, la crucifixión pública de un inocente por las altas instancias y los medios de comunicación, así como la encarnizada lucha de unas poquísimas personas de bien para demostrar su inocencia en un proceso judicial. La cinta de Eastwood no es una obra maestra, ni tan siquiera es una de las mejores de su (éste sí) gigantesco autor; pero se trata de una buena película, a ratos excelente, y, pese a caer esporádicamente en detalles enfáticos y demagógicos, éstos son pocos y los compensa sobradamente con su notable sentido del ritmo y su emotiva calidez humana.
Otro elemento que siempre me ha irritado en el cine de Polanski es su afición a tratar con desprecio a todos sus personajes (y, por extensión, a todo el público). Para él, el género humano parece estar compuesto únicamente de unos malvados intrigantes y manipuladores y unas víctimas estúpidas y manejables. Reconozco que en «El oficial y el espía» incurre en este exasperante maniqueísmo arrogante y simplón un poco menos que de costumbre, y que cuando lo hace tiene más justificación de lo habitual. Pero lo mejor es la secuencia final, de una modélica sutileza, malicia, complejidad y desolación. Si toda la película hubiera presentado ese carácter, y hubiera rayado a esa altura, «El oficial y el espía» habría sido una obra maestra. Desgraciadamente no es así.
Sin ser un autor que me entusiasme, disiento de la valoración general que haces de su obra. No voy a rebatir cada aspecto que comentas porque estoy perezoso escribiendo, así que me centraré en lo más llamativo para mí respecto a «El oficial y el espía»: la claridad expositiva. Me parece que es un guion modélico que Polanski aprovecha perfectamente. Cuenta justo lo necesario para que avance la trama, sin digresiones ni escenas confusas, y con el ritmo adecuado. Yo quedé más que satisfecho aunque no sea excepcional.