Pérez Galdós en nuestro cine (4): Marianela (1940)
Cuarta entrega –recientemente publicada en la sección Rinconete de la web del Instituto Cervantes– de mi serie de artículos sobre las adaptaciones cinematográfias de las obras de Benito Pérez Galdós. Como representante máximo del realismo decimonónico, el escritor canario supo como nadie dar testimonio de su época mientras analizaba con detalle los más intrincados conflictos psicológicos de sus personajes. En esta ocasión abordamos una excepcional adaptación realizada en plena postguerra.
Con un simple vistazo a los años de producción de las películas españolas basadas en Galdós se puede comprobar una cosa: la ausencia de ellas durante gran parte del franquismo. En treinta años, desde Marianela en 1940 a Fortunata y Jacinta en 1969, el cine español ignoró al escritor canario. Que solo Luis Buñuel se inspirara lejanamente en sus obras para su Viridiana en 1961 certifica el poco aprecio que le tuvo la cultura oficial del régimen por sus ideas socialistas y su manifiesto anticlericalismo. En consecuencia, su resurgir solo se produjo ya durante el tardofranquismo y la Transición, donde aparecieron de repente seis adaptaciones en menos de una década.
La significativa excepción que supone la Marianela de Benito Perojo, producida solo un año después de acabada la Guerra Civil por un director de conocidas inclinaciones republicanas y liberales, se puede explicar por el inofensivo contenido de la novela. A diferencia de otras obras de Galdós, no se puede considerar que sea antirreligiosa ni que su discurso social pase de ser una denuncia superficial de la insolidaridad de los más ricos hacia los más pobres. Era, por tanto, una obra moralista que no chocaba con el espíritu católico del régimen, y donde tampoco se manifestaba con claridad una ideología política revolucionaria. El realismo de la vida minera era atenuado por un romanticismo ambiental que la convertía, principalmente, en una tierna historia sentimental.
Que no fuera antirreligiosa no quiere decir que la caracterización de su protagonista no contuviera algunos elementos de heterodoxia espiritual que los guionistas se cuidaron bien de remediar. Marianela (Mary Carrillo) es una joven desgraciada, pobre, fea, sin educación y con una autoestima muy baja. Solo se siente útil como lazarillo de su amigo Pablo (Julio Peña), ciego de nacimiento. Pero sus ilusiones de ser amada por él se vienen abajo cuando recupera la vista. Como es consciente de su fealdad y de que no puede competir con el atractivo de Florentina (María Mercader), la prima de Pablo que su padre le ha destinado como esposa, decide quitarse de en medio. No lo consigue, pero queda claro que el suicidio no es un pecado para ella. Como no ha sido educada en el Evangelio, su filosofía de vida es «un no sé qué de paganismo y de sentimentalismo, mezclados y confundidos», como explica Galdós, y personifica las bellezas de la naturaleza, su verdadera divinidad, en la Virgen María. Perojo obvia estas sutiles consideraciones psicológicas y aprovecha esa irreflexiva devoción hacia la Virgen para reconducir su personaje hacia la ortodoxia religiosa. En el último plano de la película, cuando ella ha sucumbido al dolor de verse reconocida por Pablo, aparece un fantasmagórico crucifijo en la ventana y la cámara se eleva al cielo mientras los personajes rezan el padrenuestro. Su destino celestial sirve de consuelo a un trágico final que de este modo es menos desesperanzado que el de Galdós.
Salvada la ortodoxia católica, cabe destacar la asepsia con que es presentada tanto la vida minera, sin aparentes conflictos a pesar del espectacular derrumbe de una galería —que no sucedía en la novela—, como la bucólica vida del campo a pesar de la pobreza en que vive Marianela. Es una película sentimental y melodramática, con diálogos muy teatrales —cortesía de Joaquín Álvarez Quintero— e interpretaciones engoladas que solo Mary Carrillo consigue sublimar. Su interpretación es capaz de transmitir la belleza interior que su fealdad física no consigue ocultar y que, gracias a un truco de iluminación, se manifiesta plenamente en su rostro cuando muere. Ese es el mayor logro de una adaptación singular en el contexto de una época difícil en la que podríamos suponer que el público preferiría comedias de evasión a historias tan dolorosas como esta. Pero no, en realidad fue una de las películas españolas mejor recibidas del momento.