Juan de Orduña en una Filmoteca en decadencia
Llevo casi dos semanas sin ir al cine. La fiesta navideña, con sus compromisos sociales, sus aglomeraciones y sus mediocres estrenos cinematográficos, sería motivo más que suficiente para este alejamiento. Pero en realidad estoy apartado del cine debido al propio cine. Cuando uno se sumerge en una nueva investigación histórico-cinematográfica le queda poco tiempo, paradójicamente, para acudir a las salas. Solo veo en mi casa las películas que necesito para escribir mi nuevo libro. Pero hoy no escribo en mi blog para hablar de este nuevo proyecto, sino de otro antiguo que por fin se ha publicado y ha motivado un ciclo sobre Juan de Orduña en nuestra querida y declinante Filmoteca Española.
Desde noviembre está en las librerías Juan de Orduña: Cincuenta años de cine español (1924-1974), obra que ha venido a cubrir una enorme laguna de nuestra historia del cine. La pésima situación económica de Filmoteca Española imposibilitó hace años que este trabajo pudiera publicarse en dicha institución, como era lo más lógico; pero, por suerte, eso no ha impedido que este mes de enero se esté proyectando un pequeño ciclo –solo 13 títulos de sus extensa filmografía– para apoyar la presentación del libro, publicado finalmente por la joven, y ya prestigiosa, editorial Shangrila Textos Aparte. Esto hay que agradecérselo a la Filmoteca Española, en especial a sus responsables de programación, Catherine Gautier y Luis E. Parés, pero uno no puede dejar de lamentar que el ciclo no haya podido ser más completo y lucido debido a su política de programación y al lamentable estado de las copias que se conservan.
Comprendo que Juan de Orduña no pueda competir en atractivo comercial con Billy Wilder, el otro gran ciclo de este mes, pero la programación de sus películas en la sala 2 –la pequeña situada en el sótano– viene a confirmar una vez más la posición subordinada a la que suelen ser relegadas las películas españolas en su propio hogar, en beneficio de cinematografías más comerciales como la norteamericana o la francesa. Parece que las leyes del mercado también imponen aquí su ley.
Más doloroso es, sin embargo, que las copias de proyección no sean las más adecuadas para valorar en su justa medida estas películas, es decir, no sean proyectadas en su formato original. En el caso de Billy Wilder se impone en muchas de sus sesiones el DCP, el formato digital más respetuoso con el material fotoquímico original, pero nunca totalmente fiel a su textura primigenia. Por desgracia, en el ciclo de Juan de Orduña ni siquiera podemos gozar de esa tecnología. Se proyectarán en 35mm las películas más conocidas, las que tuvieron una exhibición prolongada y por eso han llegado hasta nosotros copias suficientes. Pero para los cinco títulos menos conocidos y, por tanto, más necesitados de ser descubiertos por los espectadores, habremos de conformarnos con modestos telecinados a Betacam. Al parecer, no hay medios para realizar restauraciones y escaneados digitales dignos de una Filmoteca que pretenda mimar su patrimonio.
En los treinta años trascurridos desde el ciclo que se le dedicó en 1985 no parece que haya habido mucho interés por recuperar las películas de un director considerado fundamental por los historiadores del cine español. De hecho, solo cuando solicité el visionado de sus películas se procedió a la digitalización en DVD de algunos títulos que habían permanecido totalmente invisibles. Lo justo para poder conocer su contenido, no para valorar en su justa medida su riqueza visual.
No voy a discutir las prioridades que hayan llevado a sus responsables a reparar unos películas antes que otras, pues doloroso ha de ser ya esa elección cuando no se cuenta con los medios suficientes, pero cuando se acaba de celebrar la inauguración del nuevo y mastodóntico Centro de Conservación y Restauración de la Filmoteca Española, sito en la Ciudad de la Imagen, no podemos dejar de denunciar que detrás de su impecable fachada –muy fotogénica para el político de turno que lo inauguró– se esconde una desidia absoluta por recuperar adecuadamente nuestro patrimonio cinematográfico. Sus escasos medios impiden el montaje adecuado de su laboratorio, los materiales se van deteriorando poco a poco, y su personal mengua al mismo ritmo que se jubila, sin que nadie venga a reemplazarlos. Su directora, Mercedes de la Fuente, ha reconocido en los medios de comunicación que es necesario formar nuevo personal dentro de la propia Filmoteca, pero me temo que nada cambiará mientras no aparezcan nuevos responsables políticos más sensibles con nuestro patrimonio cultural.
Este post tiene más de pataleta que de comentario
Bueno, yo solo denuncio una situación que me afecta directamente.
This entrada is more a tantrum than a commentary.
Lo único que digo es que acusas a la Filmoteca cuando tú mismo habals de una situación económica pésima (qu eno es culpa de la Filmoteca sino del Ministerio). Y sobre el estado de las copias, quizá eso no sea culpa de Filmoteca sino de quien haya depositado esas copias, pues no me creo que en Filmoteca destrocen copias sino que conservan lo que les llega. En fin, se nota en tu post (como en las crítucas de las películas que haces) cierto aire de grandeza.
Marcos Gil
Cuando una institución no hace bien su trabajo, se critica a la institución. Luego, como hago yo, se pueden buscar explicaciones como la falta de recursos. Yo no digo que destrocen copias, pero sí digo, porque un trabajador cualificado del Centro me lo ha contado, que hay materiales que se están deteriorando sin que se ponga remedio. Solo hay que asistir con frecuencia al cine Doré para comprobar el estado de muchas películas españolas, lo que evidencia que no se está haciendo bien el trabajo. Si hubiera querido ser más duro con la Filmoteca, podría haberlo sido, porque en mis diez años de experiencia como investigador he visto lo mal que funcionan algunos departamentos de esa casa, por ejemplo el archivo documental, donde se pierden cajas con documentos en no se sabe qué sótanos. Para ser justos, otros, como el de visionado, funcionan muy bien, pero más bien por el esfuerzo del escaso personal que queda. Si no te crees todo esto, solo tienes que preguntar a cualquier historiador del cine que haya tenido que desarrollar su trabajo allí. O a sus trabajadores.