Cinema Nostrum

Blog de Rafael Nieto Jiménez, historiador del cine y empresario audiovisual

Una década con Juan de Orduña

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Una cosa es segura para el año 2014: la publicación de mi tesis doctoral sobre Juan de Orduña. Poco podía imaginarme en aquel lejano 2004, en el que empecé a investigar su obra, que pasaría toda una década antes de ver el trabajo finalizado. Bien es cierto que entremedias hubo paréntesis de inactividad por circunstancias que no vienen ahora al caso, sin los cuales hubiera acabado mucho antes, pero eso poco importa ya. Pronto mi trabajo estará disponible en las librerías para uso y disfrute de los interesados en una etapa de nuestro cine que, en el caso que nos ocupa, cubre 50 años, entre su primera película como actor en 1924 y su última como director en 1974.

Ahora me resulta difícil recordar qué es lo que sabía exactamente sobre Juan de Orduña hace 10 años, pero sin duda conocía que era un nombre clave de la época franquista gracias a sus éxitos populares en el terreno de la comedia (Ella, él y sus millones, 1944), el cine histórico (Locura de amor, 1948) o el musical (El último cuplé, 1957). Y que estaba considerado como uno de los cineastas oficiales del régimen junto a Rafael Gil o José Luis Sáenz de Heredia, aunque pronto sabría que ese simplificador calificativo era más que matizable.

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Al contrario que los otros directores mencionados, ningún historiador había abordado su carrera cinematográfica y, por tanto, no existía todavía ninguna monografía sobre él. Sentí que esa laguna historiográfica me estaba esperando y decidí abordarla sin saber que tras ella se ocultaba todo un océano que resultaría muy arduo de navegar. No solo era el responsable de 46 largometrajes –incluidas las zarzuelas para TVE– y había sido previamente una estrella como actor de cine, sino que además descubrí una ignota trayectoria como actor de teatro durante casi dos décadas.

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Aparte de reconstruir su vida personal y artística y corregir los abundantes datos erróneos que circulaban en diversas fuentes, lo más relevante para los lectores será redescubrir a un director que seguramente nunca fue del todo comprendido. Bajo su imagen monolítica de director adicto al régimen, surgió ante mí otra que creo más ajustada a la realidad, con matices, ambivalencias e incluso contradicciones respecto al contexto político en el que se movió.

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Gusten o no sus películas, o la ideología conservadora, católica y nacionalista que subyace en ellas, no cabe duda de que fue uno de los realizadores más personales de su época, y que incluso resultó ser más heterodoxo de lo que en su momento se podía reconocer. Baste de ejemplo cómo convirtió una película de propaganda militar como ¡A mí la legión! (1942) en una historia de amor homosexual. O cómo elevó la temperatura de las salas cinematográficas mediante la sensualidad vocal de Sara Montiel en su nostálgico musical El último cuplé (1957). O cómo se atrevió a hablar sin tapujos de las necesidades sexuales de la juventud en la olvidadísima Bochorno (1963).

En definitiva, los lectores se encontrarán con un completo y muy documentado recorrido por su carrera artística, que les permitirá juzgar de un modo más ecuánime unas películas que sinceramente no creo que deban seguir cayendo poco a poco en el olvido.

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