Cinema Nostrum

Blog de Rafael Nieto Jiménez, historiador del cine y empresario audiovisual

Crítica en cien palabras (o casi): Érase una vez en… Hollywood

Lugar de proyección: Sala 2 del Yelmo Cines Ideal.

Formato de proyección: DCP.

Valoración: ★★★★ (Seguro que volveré a verla).

Ahí va la crítica:

Érase una vez en Hollywood (Once Upon a Time… in Hollywood) (Quentin Tarantino, 2019): La capacidad de Tarantino para estirar el tiempo y seducirnos con largas secuencias de suspense y frecuentes interludios musicales es bien conocida. Aquí vuelve a utilizar esos recursos con maestría para sumergirnos en el Hollywood de finales de los años 60, con sus inevitables guiños cinéfilos, y en una historia de amistad entre un actor de televisión en decadencia y su doble de acción. Además, y como hiciera en Malditos bastardos (2009), cambia los hechos históricos para exorcizar la parte más oscura de aquella época, combinando humor y violencia sin escrúpulos morales. Si no, no sería Tarantino.

Criterio de valoración: ★ (Espero no volver a verla) ★★ (Podría volver a verla) ★★★ (Quizá la vuelva a ver) ★★★★ (Seguro que volveré a verla) ★★★★★ (La veré varias veces).

Navegación en la entrada única

3 pensamientos en “Crítica en cien palabras (o casi): Érase una vez en… Hollywood

  1. Fernando en dijo:

    Por fin he encontrado tiempo y oportunidad para ver esta película con calma, una vez pasada la avalancha de espectadores de los primeros días del estreno. Y sin pretenderlo he hallado, mi muy apreciado Rafa, una nueva ocasión de disentir amigablemente de tus dictámenes.

    Como promedio, «Érase una vez… en Hollywood» me ha parecido muy normalita, a sólo un palmo de caer directamente en la mediocridad más descorazonadora. Pero he de matizar que ello no se debe -en mi discutible opinión, naturalmente- a que la medianía impere uniformemente a lo largo del largo metraje de este largometraje, sino a que en él se alternan, con la regularidad de un péndulo o de una ducha escocesa, las secuencias apasionantes y las plomizas; lo cual es también lo que creo que les pasa a casi todas las películas de uno de los directores más sobrevalorados que existen, Roman Polanski, del que Tarantino se ocupa aquí de manera tangencial pero relevante.

    He visto todo lo que Tarantino ha estrenado en cines. «Reservoir Dogs», «Pulp Fiction», «Jackie Brown» y «Los odiosos ocho» me parecen buenas, sin pasar a mayores. «Kill Bill», «Malditos bastardos», «Django desencadenado» y su aportación a «Four Rooms» me parecen meramente aceptables. «Death Proof» y su aportación a «Sin City» son dos de las experiencias más aberrantes y abominables que he vivido jamás en una sala oscura.

    Suelo decir que antes se hacían películas buenas y malas, y ahora casi sólo malas; y también que el cine malo de antes era mejor que el cine malo de ahora. Pienso (tal vez me llamo a engaño) que lo mío no es un síntoma de reaccionarismo, sino la mera constatación de una cruda realidad. Todas las artes tienen sus periodos de esplendor y sus periodos de decadencia, y el cine lleva ya varias, demasiadas décadas estancado en uno de estos últimos periodos, con todas las excepciones de rigor que se quiera; a ver si sale de él algún día.

    Prueba de ello, a mi juicio, es que un listillo como Tarantino, que en el mejor de los casos no es más que un hábil y simpaticote asimilador y reciclador de ideas ajenas, y en el peor un graciosete de tan baja estofa como cualquier comicastro televisivo, sea aclamado como el no-va-más de la originalidad y la modernidad por hordas de cinéfilos acríticos y acéfalos que, me temo, poco o nada saben del gran cine clásico.

    «Érase una vez… en Hollywood» refrenda, para colmo, el progresivo abaratamiento de su estilo visual; uno de los puntos fuertes de Tarantino, en sus inicios -y esto era un rasgo que compartía con Tim Burton-, era combinar unas tramas delirantes y disparatadas con un agradable y riguroso clasicismo a la hora de filmar; pero en la actualidad está cada vez más contaminado de «guarrerías» como el zoom, el teleobjetivo y el ralentí (recursos, ay, que ni siquiera utiliza con la apasionada creatividad del mejor Sam Peckinpah), y también de una sobreabundancia de insertos de vasos con bebidas y cubitos de hielo, dignos del más adocenado «spot» publicitario.

    Entre la generalizadamente horrorosa, atronadora y desquiciante selección musical con la que, esta vez, Tarantino castiga los tímpanos de los sufridos espectadores cuya sensibilidad no esté definitivamente embotada, figura una inesperada y grata sorpresa: como fondo sonoro de las imágenes finales suena el bellísimo tema principal que Maurice Jarre compuso para «El juez de la horca» de John Huston. Esto me llevó imprevistamente a hacerme una llamativa reflexión que nunca antes se me había ocurrido: «El juez de la horca» es exactamente una película de Tarantino, pero absolutamente lograda, en su mezcla de comedia surrealista, violencia desaforada, desmitificación juguetona y ternura de buena ley. Hallo curioso que, en el momento de su estreno, la película de Huston, que yo considero casi la mejor de su autor y una de las cumbres del Séptimo Arte, fuera casi unánimemente vapuleada por los críticos y acogida con indiferencia y aun hostilidad por el público; hoy en día ha caído en un deplorable semiolvido. En cambio, Tarantino, y todo lo que hace, está canonizado y divinizado a efectos prácticos.

    Lo lamento por los acólitos fervorosos de la masiva secta tarantiniana, pero Huston era un director de pura raza, con una fuerte personalidad, una mente privilegiada, una infinidad de ideas originales, una inmensa experiencia aventurera del mundo, de la vida y de los seres humanos, una endiablada habilidad narrativa, una intuición casi infalible y una formidable cultura literaria y pictórica; mientras que Tarantino sólo es uno de esos directores-cinéfilos que apenas si han tenido algo que en puridad pueda denominarse una vida propia y que se limitan a hacer refritos de sus películas predilectas, más o menos entretenidos o soporíferos según los casos. Jamás logrará hacer, a este paso, un filme ni la centésima parte de memorable que «El juez de la horca».

    Por lo demás, Tarantino es, en esta ocasión, al igual que en varias otras anteriores, lo que los ingleses llaman «self-indulgent»; o sea, autocomplaciente. Tantas veces le han dicho a coro que es un genio innato, que parece haber llegado a creérselo, y asimismo parece haber sacado la conclusión de que cualquier cosa engendrada por su cacumen habrá de ser genial por necesidad. Le convendría muchísimo contar con un amigo que sea despiadadamente franco y a la vez buen «médico de guiones» (o, si no, con un montador que no se contente con pegar un plano tras otro al son que le dicte su todopoderoso jefe), para que lo asesore y lo fuerce a eliminar por lo menos la mitad de la duración de sus más discutibles películas-mamotreto, una mitad que no consiste más que en inútiles redundancias y sosas digresiones.

    Cordiales saludos.

    • Querido Fernando. Estamos tan sumamente alejados respecto a nuestra valoración de Tarantino, que no creo que merezca la pena ahondar demasiado en ello. Con pocos directores de hoy en día difruto tanto como él, así que asumo mi condición de adulador, porque siendo cierto que su cine es redundante, me encantan esas redundancias, lo que me demuestra de nuevo que las reglas narrativas no siempre se deben cumplir, y que hay directores que saben encontrar buenos caminos fuera de esas reglas. Y esa es para mí la gran virtud de cineastas como él, lo que no lo diferencia tanto de los clásicos, también dispuestos a romper alguna regla de vez en cuando para innovar y no quedarse estancados. Independientemente de que coja cosas de otros cineastas, algo también muy común en el arte.

      • Fernando en dijo:

        Querido Rafa:

        Yo, a diferencia de ti, sí creo que merece la pena ahondar una pizquita en el contraste entre nuestras respectivas valoraciones de Tarantino. No sé si es que me apetece practicar la esgrima intelectual, deporte estimulante donde los haya, o es que estos días me sobra más el tiempo que a ti.

        A mí me parece muy bien que los cineastas contravengan o destruyan todas las reglas que les dé la gana, con tal que sea por un motivo válido y nos entreguen a cambio algo mejor. De lo contrario, ciñámonos a las buenas tradiciones de eficacia comprobada, las cuales, por cierto, fueron también desafiantes audacias en el día de su nacimiento, pero con el correr del tiempo fueron colectivamente aceptadas y normalizadas, justamente por sus apabullantes cualidades. Romper moldes porque sí, por el mero gusto de romperlos. no es más que la actitud infantil del niño a quien, para atraer la atención de su mamá, no se le ocurre otro método que dar de puntapiés al mobiliario de lujo de su casa, o la pose estrafalaria del jovenzuelo con ínfulas de rebelde que busca, ante todo y sobre todo, donde sea y como sea, «épater le bourgeois». Todos sabemos que es mucho más fácil destrozar a piquetazos las estatuas de Miguel Ángel en el Vaticano que crear otras mejores.

        Sin duda, Tarantino es un señor que sabe muchísimo de cine; lo malo es que sólo parece saber de cine. Aquí es aplicable, mutatis mutandis, el célebre aforismo de José de Letamendi: «El médico que sólo sabe de medicina, ni de medicina sabe.» Por supuesto que el plagio es algo muy común desde los albores del arte, y es cosa que ha sido practicada incluso por los más grandes; pero el imitar esporádicamente rasgos temáticos y/o estilísticos ajenos para reelaborarlos con un criterio propio, integrándolos con armonía en un todo coherente, no es lo mismo, ni mucho menos, que ensamblar comodona y negligentemente una colección de retales sin alma. No afirmo que sea esto último lo que constantemente hace Tarantino, pero sí que incurre en ello con mayor frecuencia de lo que sería de desear.

        Estirando mi comparación, que creo ilustrativa, entre los casos de Huston y Tarantino, diré también que la filmografía de Huston constituye en conjunto uno de los esfuerzos más sostenidos y consumados por realizar un cine verdaderamente adulto dentro de las coordenadas de la gran industria de Hollywood; mientras que Tarantino apenas sobrepasa la condición de gamberrete inmaduro que, como se empeñe en cultivar un arte muy similar al de las pintadas de los retretes públicos -a veces muy divertido, todo hay que reconocerlo-, jamás alcanzará nada que pueda calificarse razonablemente como auténtica grandeza.

        Al margen de eso, John Huston, aun cuando pudiera ser en su vida cotidiana y privada un arrogante narcisista (y sirva como testimonio el fidedigno retrato que de él trazó Clint Eastwood en la estupenda «Cazador blanco, corazón negro»), a la hora de hacer cine afrontaba su tarea con absoluta humildad; era uno de esos directores, cada vez más infrecuentes, que pensaban que la película mejor dirigida es la que no parece dirigida en absoluto, y que procuraban desaparecer o «invisibilizarse» detrás de sus personajes y su narración. Por contra, Tarantino es de ésos que siempre intentan dejar bien visibles las huellas de sus patazas por todas partes y que dan la impresión de gritarnos casi histéricamente sin cesar: «Fijaos, fijaos, heme aquí, soy Tarantino, el único, el irrepetible, con mis inconfundibles tarantinadas; no se os ocurra parpadear siquiera, no sea que os perdáis la próxima genialidad con la que voy a superarme a mí mismo dentro de unos segundos.»

        Cierto es que en el cine clásico había también algunos directores muy «exhibicionistas» y a pesar de ello podían estar muy bien; ahora mismo evoco a Hitchcock, Sternberg y Orson Welles. Pero, a mi falible modo de ver, lo que «exhibían» resultaba más entretenido, inteligente y conmovedor… y más perdurable, asimismo.

        Adjunto aquí los enlaces a lo que opinan de «Érase una vez… en Hollywood» los que yo considero que son, junto a Diego Salgado, los mejores críticos españoles actuales: Tomás Fernández Valentí y Carlos Boyero (éste último pese a su habitual tosquedad a la hora de expresarse y a sus ocasionales faltas de profesionalidad cuando se sale del cine a la mitad de determinadas películas).

        http://elcineseguntfv.blogspot.com/2019/09/fantasias-animadas-de-ayer-y-hoy-erase.html

        https://elpais.com/cultura/2019/05/21/actualidad/1558462638_396579.html

        Yo no sería tan áspero como estos dos a la hora de hablar de «Érase una vez… en Hollywood»; pero aun así, en líneas generales, esta vez concuerdo más con ellos que contigo, Rafa. Ambos parecen haber leído con provecho la mejor fábula que existe en el mundo: «El traje nuevo del Emperador». Únicamente deploro que TFV no se haya dado cuenta de que la secuencia en que el personaje interpretado por Brad Pitt derrota a Bruce Lee no es real, no es un flashback (perdón, una analepsis), sino una fantasía ilusa, una «fuga mental», de dicho personaje; y que juzgue que la última media hora es lo peor de todo, cuando yo la considero lo más ameno y logrado de la función.

        Aprovecho para agradecerte de nuevo, sincera y efusivamente, el cobijo que en tu blog ofreces a la gente que como yo ejerce el derecho a lo que me gusta llamar las tres DIs: la diferencia, la discrepancia y la disidencia. El tuyo sí que es un genuino talante liberal, y no lo que fraudulentamente se nos quiere hacer pasar por tal en esta época.

        «Nuestro adversario es nuestro colaborador: nos impide ser descuidados.» (Henry James)

Deja una respuesta

Introduce tus datos o haz clic en un icono para iniciar sesión:

Logo de WordPress.com

Estás comentando usando tu cuenta de WordPress.com. Salir /  Cambiar )

Foto de Facebook

Estás comentando usando tu cuenta de Facebook. Salir /  Cambiar )

Conectando a %s

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.

A %d blogueros les gusta esto: