2001 en 70mm, y sin móviles dando por saco
Gracias al cine Phenomena de Barcelona, recientemente pude cumplir el deseo de ver 2001: Una odisea del espacio (Stanley Kubrick, 1968) en su formato original de 70mm. A diferencia de lo apreciado en Los odiosos ocho (Quentin Tarantino, 2015), donde las lentes anamórficas Ultra Panavision ampliaban la pantalla hasta una proporción de 2,76:1 –como pudimos comprobar hace unos meses en este mismo cine–, aquí el tamaño apenas varía respecto a una proyección de 35mm en Scope, incluso se reduce de 2,35:1 a solo 2,20:1. La diferencia estriba, por tanto, en la resolución de la imagen.
Lamentablemente, uno no puede ver simultáneamente una proyección en 35mm junto a otra de 70mm para apreciar la diferencia. Yo, sinceramente, desde el recuerdo de las proyecciones vistas en 35mm en el Cine Doré de Madrid, no he podido apreciarla. En realidad, sumergido en la película uno se olvida de estos aspectos técnicos para dejarse fascinar una vez más por este viaje a través del tiempo y el espacio hasta más allá del infinito. A un lugar adonde deberían ser desterrados los espectadores que se empeñan en perturbar nuestro legítimo goce, y que en esta ocasión tampoco dejaron de hacer de las suyas.
Cada vez que entro en una sala de cine no puedo dejar de sentirme como Sheldon Cooper, el maniático personaje de The Big Bang Theory, por mi concienzuda búsqueda de la butaca más adecuada por su ángulo de visión, por su comodidad y, sobre todo, por la disposición de los demás espectadores. Tanto por su disposición física, en tanto en cuanto es preferible no tener compañeros de butaca al lado para poder doblar cómodamente las piernas, como por su disposición a molestar con su incívico comportamiento durante la proyección. La posesión de grandes cubos de palomitas o las más ruidosas bolsas de patatas o derivados es la primera y más evidente señal de alarma para alejarse de tan molestos seres. En una sala llena, como fue en el caso que nos ocupa, casi siempre se ve uno abocado a ocupar la última fila, único lugar que me asegura el silencio a mis espaldas. Desgraciadamente, el uso compulsivo de los móviles solo se detecta una vez comenzada la película, cuando su hiriente luz rompe la necesaria oscuridad de la sala. Desde la última fila, el lugar se convierte entonces en todo un campo de luciérnagas.
En el Phenomena este problema no existe, gracias a una medida tomada por su dueño, Nacho Cerdá. En cuanto se apagan las luces y se comprueba que el susodicho no apaga el móvil, él mismo se lo arranca literalmente de las manos. Sin duda, es la medida más agresiva, pero también la más efectiva y necesaria, vista hasta ahora en un cine. Solo es una grano de arena en el inmenso desierto de la mala educación que nos rodea cada día en las salas de cine, pero qué bien me sentí viendo al espectador salirse de la sala a recuperar su aparato. ¿Le habrá servido de lección? Seguro que no, enseguida habrá reclamado por twitter su derecho a incordiar al prójimo.