Cinema Nostrum

Blog de Rafael Nieto Jiménez, historiador del cine y empresario audiovisual

Crítica en 200 palabras (o casi): Sólo se vive una vez (1937)

Unavez

Lugar de proyección: mi hogar, dulce hogar.

Formato de proyección: Blu-ray.

Valoración: ★★★★ (Seguro que volveré a verla).

Ahí va la crítica:

Sólo se vive una vez (You Only Live Once) (Fritz Lang, 1937): Como queriendo profundizar en los males de la sociedad norteamericana que Lang estaba descubriendo desde su perspectiva de emigrante, y que ya había puesto en solfa en Furia (1936), aquí nos presenta a un delincuente que quiere reformarse y empezar una nueva vida tras cumplir condena. Los prejuicios sociales dificultan esa reinserción y encima acaba siendo acusado de un crimen que no ha cometido y que le puede llevar a la silla eléctrica. ¿Es lógico que quiera escapar o es mejor que se someta a la ley como le pide su novia, erigida en ingenua representante del orden judicial? La película todavía ofrecerá varios inesperados giros de guión, aumentando en intensidad el suspense sobre el destino del protagonista hasta llegar a una conclusión bastante pesimista provocada tanto por las deficiencias del sistema como por un azar bastante caprichoso, obra de un guión francamente retorcido. Solo el amor supera todos los obstáculos aunque no sea capaz de solucionar los problemas, sino solo consolar a los afligidos protagonistas. La puesta en escena es tan eficaz como estéticamente hermosa en varios pasajes, apoyada en una sombría fotografía que sabe crear ambientes sobrecogedores y resaltar la mirada atormentada de Henry Fonda.

Criterio de valoración:
● (No debería haberla visto)
★ (Espero no volver a verla)
★★ (Podría volver a verla)
★★★ (Quizá la vuelva a ver)
★★★★ (Seguro que volveré a verla)
★★★★★ (La veré varias veces)

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15 pensamientos en “Crítica en 200 palabras (o casi): Sólo se vive una vez (1937)

  1. Fernando en dijo:

    Primero haré una confesión autobiográfica, espero que no gratuita. Cuando yo tenía unos ocho años de edad pasé una semana invitado en la casa ovetense de quienes eran simultáneamente mis tíos y padrinos, en compañía también de quien era simultáneamente mi primo y su hijo. Al final de un día laborable, después de cenar, encendimos la televisión; estaban dando una película -doblada en español, como de ordinario- que yo no conocía de nada, y la habíamos pillado a mitad de su metraje. Pues bien, no pude despegar mi atención de la pantalla hasta que acabó, y me impresionó hasta tales extremos, dejándome hecho un mar de lágrimas, que no logré conciliar el sueño en toda la noche y jamás pude olvidar el trágico destino de la pareja protagonista y su bebé. Durante un buen número de años posteriores, por mucho que investigué, no conseguí averiguar qué película había sido ésa. Hasta que descubrí que se trataba de «Sólo se vive una vez».

    Con el tiempo, ya de adulto, pude verla entera dos veces en la Filmoteca, proyectada en una pantalla grande y exhibida en una copia perfecta en 35 mm impecablemente subtitulada, y hace poco la vi otra vez en blu-ray. Como es natural, su impacto emocional sobre mí ya no fue ni es el mismo, pues la molienda de la vida y la abundancia de películas dramáticas que todos hemos visto nos encallecen el alma y nos vuelven menos impresionables. Aun así, «Sólo se vive una vez» sigue pareciéndome excelente, tanto en sí misma como en su calidad de nueva exploración ilustre del perpetuo tema languiano de la Fatalidad.

    Y va a darme pie ahora para continuar ahondando en «la visión de la Justicia por Fritz Lang», una visión que obviamente se inclina más del lado de Franz Kafka que del de Frank Capra.

    A semejanza de Lang, hubo otro gran artista centroeuropeo, Joseph Conrad, que escapó de una pesadilla dictatorial y fue bien recibido en el ámbito anglosajón, y que a pesar de ello no cejó en su empeño de reflejar los aspectos más siniestros de su tierra de acogida y, por extensión, del género humano en cualquier momento del tiempo y en cualquier lugar del espacio. En su magnífica novela «Victoria», efectivamente, Conrad escribe: «Siendo la humana naturaleza lo que realmente es, habida cuenta de que una de sus facetas es la tontería y otra la ruindad…» Ésa misma es la forma de ver las cosas que tiene Lang, y me figuro que para él la única solución para mejorar el mundo sería modificar permanentemente el ADN del hombre, cosa que de momento no es factible.

    La Justicia del Estado es una creación humana, y todo lo humano es imperfecto por definición. En mi prolongada y asidua frecuentación de la obra de Fritz Lang he observado que éste considera -muy atinada y verazmente, según mi subjetiva opinión- que la mitad de las leyes oficiales son injustas, y que la otra mitad se aplican injustamente en una preocupante cantidad de casos. Abundan los brutales desaciertos, con criminales que quedan impunes, pequeños delincuentes que sufren castigos desmesurados, e inocentes que son víctimas de errores judiciales. Los legisladores, los abogados y los jurados son una vergonzosa colección de tramposos, ineptos y lameculos, y es raro hallar entre los señores togados a personas concienzudas, valerosas y honradas. La rutina, la chapuza y la prevaricación campan por sus respetos, y la administración legal es lenta, cara y mala.

    Creo que ese desfavorable panorama, usualmente dibujado con trazos tan vívidos por Fritz Lang, es estrictamente fiel a la realidad de nuestra supuesta civilización occidental, no digamos ya a la de los países tercermundistas -y aun «segundomundistas»- o los regímenes totalitarios. Quien no lo vea así, mejor haría en abandonar el fascinado y crédulo estudio de los libros de Derecho y en darse una vuelta por el mundo tal como es, no tal como debería ser o nos gustaría que fuese.

    El «código Hays» de censura cinematográfica tenía graves inconvenientes; pero, además de que su poderío fue menguando con el correr de los años, no era un obstáculo insalvable para la creación artística, sobre todo si los que lidiaban con él eran autores de genuino talento. Aunque muchos temas eran tabú, todavía quedaban muchos otros que podían abordarse con considerable libertad… y, por fortuna, no todo en la actividad humana es sexo, violencia y drogas. Incluso estos últimos asuntos podían tratarse sutilmente, deslizándolos inadvertidos ante las narices de los zopencos censores, o bien podían aludirse abiertamente, haciendo concesiones a cambio de concesiones. Y, por muy extraño que suene, la corrupción política y legal nunca figuró en la lista de los argumentos prohibidos en el cine norteamericano, de modo que, cuando Lang, con su habitual intransigencia expresiva, la encaró, es a él y sólo a él a quien se deben sus conclusiones al respecto. Así, pues, su desdén hacia cualquier presunta fórmula de justicia infalible en la Tierra surgía sinceramente del fondo de su corazón y era fruto de una riquísima experiencia de la vida en varias épocas y en varios continentes: no era una simple elucubración fantasiosa hija del ingenuo optimismo propio de quien habita una torre de marfil y nunca se mancha las manos con sucio barro.

    • Indiscutible lo que dices, pues el Derecho es, como toda creación humana, imperfecto, y, sin embargo, nos ha permitido llegar hasta aquí a la humanidad. Por eso Fritz Lang también sabe que pese a ello es mejor el Derecho que dejar a las masas iletradas juzgar a los presuntos criminales.

  2. Fernando en dijo:

    Yo no creo que Fritz Lang sepa eso; muy al contrario, lo que Lang expone es que si la humanidad ha llegado hasta donde ha llegado -que tampoco son unos avances como para tirar cohetes- es, entre otras cosas, a pesar del Derecho y no gracias a él. Para Lang, todo progreso en la civilización es únicamente el fruto de la esforzada labor de unos pocos individuos excepcionales y superdotados, y fue llevado a cabo contra viento y marea, venciendo incontables obstáculos y puñaladas, frente a la incomprensión generalizada de sus ingratos congéneres.

    Considero una muy descarriada tergiversación del ideario global de Lang el interpretar que éste suscribe las tesis de Hobbes, de acuerdo con las cuales los hombres renuncian voluntariamente a su libertad y se subordinan completamente al poder del Estado en aras de su seguridad física y vital, pues para que los hombres puedan vivir juntos sin caer en la anarquía y la guerra es necesario un Estado fuerte y, a su vez, para lograr esto es indispensable establecer una relación de soberanos y súbditos entre los hombres. (O, dicho en palabras de Goethe, «la injusticia es preferible al desorden».) A mi entender, todo esto es una ideología peligrosamente conservadora, reaccionaria y totalitaria, propia sobre todo de gentes que gozan de muchos privilegios malamente adquiridos que temen perder; y Lang, en líneas generales, prefiere el desorden -un desorden que procure no exceder unos límites razonables, valga la paradoja- antes que la injusticia.

    Fritz Lang nos plantea, tan aterrada como irónicamente, la siguiente cuestión: quizá necesitamos a alguien que nos proteja, pero ¿quién nos protegerá de quien nos protege? Para Lang, la Justicia del Estado es un caldo de cultivo idóneo para toda clase de repugnantes corporativismos y abusos de poder (quien lo probó lo sabe); y, si algo atroz tiene posibilidades de ocurrir, ocurrirá indefectiblemente, según está consignado en la Ley de Murphy, que es la única Ley en la que confía ciegamente Lang.

    Además es siempre pernicioso que adoptemos un punto de vista dogmático e inflexible, ya que aun las más rígidas reglas tienen sus excepciones. Las «iletradas» masas tienen a veces un sentido de la justicia muy superior al de los paniaguados leguleyos que se pierden en laberintos burocráticos; y el ser un «letrado» -en todos los sentidos de la palabra- no garantiza, ni mucho menos, un elevado nivel de delicadeza ética.

    Resultaría sumamente instructivo analizar paralelamente en este blog «La ciudad sin ley», una estupenda película de Howard Hawks, de los inicios del cine sonoro, hoy no muy conocida pero sí muy vindicable. En ella se describe cómo un movimiento espontáneo de justicia popular (a la manera de «Fuenteovejuna, todos a una») pone fin a años y años de sangrienta corrupción política y legal que de otra manera habría persistido indefinidamente, y cómo los beneficios resultantes son mucho mayores que los perjuicios. Acaso se me argüirá que la visión del mundo que propone «La ciudad sin ley» no es más que mera ficción y sólo corresponde a las fantasiosas ideas de un viejo carca; pero, igualmente, se podría argüir que «Furia» es un relato meramente ficticio que sólo corresponde a los ilusos ideales de un viejo progre. Yo dictaminaría, con ansias de imparcialidad, que ambos filmes son una muestra de excelente cine (aunque no representen la cota máxima alcanzada por las carreras de sus respectivos directores) y que combinan cierta dosis de demagogia con un fiel retrato metafórico de hechos reales, sin duda antitéticos, que se han reproducido una y otra vez a lo largo de la Historia.

    Nunca hay que perder de vista los matices y los detalles contradictorios que nos ayudan a trazar un mapa cabal de la infinita complejidad de la experiencia humana sin caer en empobrecedores maniqueísmos de uno y otro signo. Y para ello es un método muy ameno el estudiar la obra de insignes cineastas de inagotable riqueza temática y estilística, relegando a un merecido olvido a los miserables pelagatos audiovisuales que no aportan nada sustancial.

    • Yo creo que nadie que conozca al ser humano puede creer que sin el Derecho hubiera ido el mundo mejor, pues es la brida que contiene nuestros impulsos primarios cuando falla la educación. Es una idea muy romántica, pero falsa, la de que la civilización sea producto de unos individuos excepcionales; en realidad ha sido una obra colectiva aunque solo unos pocos se hayan colgado las medallas.
      En cualquier caso, esto ya es un debate extracinematográfico. Veremos qué nuevas sorpresas depara Fritz Lang, ya que «You and Me» ha resultado ser menos severa en su visión de las instituciones estatales.

  3. Fernando en dijo:

    A mí no me parece que esto sea un debate tan extracinematográfico como afirmas tú, pues estamos intentando elucidar cuáles son las ideas exactas contenidas en la filmografía de Lang -además de su mayor o menor grado de acierto a la hora de plasmarlas en celuloide- y cuál es la posible validez de su aplicación a la vida humana en sus vertientes social e individual. No sólo del análisis de travellings y zooms vive el hombre… y ésta es, ¿verdad?, una bonita manera de ampliar el público potencial de tu blog.

    La Justicia del Estado, como ya apunté, es una institución humana y, por lo tanto, imperfecta. Según lo veo yo, Fritz Lang va aún más allá y opina que es una institución HORRIBLEMENTE imperfecta, tanto en su base teórica como en su ejecución práctica, y que esto tiene unas consecuencias mucho más devastadoras para la sociedad que las de cualquier otra simple creación de los humanos. También opina que el Derecho es perfectible, sí, pero que resulta absurdo creer que se perfeccionará él solito o gracias a los buenos oficios de quienes lo promulgan o lo administran. Algún ilustre ateo dijo que no es la Iglesia quien moraliza a la sociedad, sino la sociedad quien moraliza a la Iglesia; de igual modo, aquello que observamos dentro de los filmes más personales, logrados y sentidos de Lang es que la Justicia del Estado, suponiendo que alguna vez haya progresado, lo ha hecho merced a los sacrificios de unos pocos sujetos -apoyados por un número más o menos reducido de seguidores abnegados- que eran rebeldes con causa y que se atrevieron a desafiar y desobedecer el Derecho existente en sus tiempos, forzando así las reformas y las rupturas aun al precio de su propia muerte. De no ser por ellos, el Derecho habría permanecido estancado por los siglos de los siglos en sus múltiples deficiencias serviles.

    El ejemplo definitivo de las ideas de Lang sobre la Justicia del Estado lo encuentro yo en la pluscuamperfecta «Moonfleet», donde el más odioso, con diferencia, de los humanos que componen su electo de personajes es el magistrado Maskew: es incomparablemente más odioso que el equívoco y turbiamente seductor protagonista, o que los malencarados contrabandistas que se dedican a su comercio ilegal, o que los decadentes aristócratas que manejan ilícitamente su feudo. Patentemente, el magistrado Maskew es un sádico tarado que ha hallado la profesión ideal para dar libre curso a sus bajos instintos sin necesidad de responder ante nada ni ante nadie, y no se siente feliz si no puede ahorcar a un acusado cada día. (También es significativa la apología que en la equiparablemente genial «Los sobornados» hace Lang de la figura de un justiciero solitario con nobles aspiraciones.)

    Vuelvo ahora brevemente sobre el código Hays de censura. No es que este código prohibiera tajantemente que el sexo, la violencia y las drogas hicieran su aparición en pantalla; más bien ordenaba que su aparición no debía sobrepasar ciertos límites de intensidad y explicitud, y que además había de estar supeditada a la difusión publica de la moralina judeocristiana. Dichos límites fueron ampliándose cada vez más a medida que transcurría el tiempo, hasta llegar a desaparecer del todo; y a su desaparición contribuyeron decisivamente los esfuerzos de directores como Hitchcock, Wilder, Preminger o Mankiewicz, siempre obstinados en abordar cuestiones espinosas y en ir varios pasos por delante de lo oficialmente permitido.

    Sirva lo anterior como resumen para explicar por qué chirrían las molestas intromisiones del código Hays en diversas películas norteamericanas de Fritz Lang en su faceta de pequeñas concesiones hechas «para quedar bien con el comisario». Zanjarán la cuestión estas clarividentes palabras de Schopenhauer, una vez más, cuando escribió acerca del género trágico: «El fin de esa labor suprema del genio poético es enseñarnos el aspecto terrible de la vida, los dolores innumerables, las angustias de la humanidad, el triunfo de los malvados, el vergonzante dominio del azar, y el fracaso a que están fatalmente condenados el justo y el inocente, lo cual nos suministra una estremecedora indicación sobre la naturaleza del mundo y de la vida. […] La tragedia nos presenta este cuadro, ya provengan nuestras penalidades del azar o del error, los cuales gobiernan el mundo bajo la forma de la fatalidad y con tal perfidia que presenta todas las trazas de una deliberada persecución personal, con independencia de que tengan su origen en la propia voluntad humana, en los proyectos y afanes individuales que se entrecruzan y se combaten entre sí, o en la malicia y la estupidez de la mayoría de los mortales. […] Palmira, al expirar, dirige al profeta esta última frase: Debes reinar; el mundo está hecho para los tiranos. […] Una exigencia de que la tragedia refleje la llamada justicia poética supone el total desconocimiento de la esencia de este género, e incluso de la esencia del mundo. […] Sólo una concepción del mundo vulgar, ilusa, protestante o, para hablar con más propiedad, judaica, puede reclamar esta justicia dramática, sin la cual no se siente satisfecha.»

    • Me parece que tienes una visión muy peliculera, el Derecho ha avanzado de manera bastante más aburrida, sin ruido pero sin pausa, a veces retrocediendo, pero en general mejorando, gracias a juristas y legisladores anónimos, o ya olvidados.
      Respecto a la justicia en el cine de Lang, daría para una tesis doctoral por lo variado de sus aproximaciones. En «La venganza de Frank James» se produce la paradoja de que la justicia absuelve al héroe, satisfaciendo al espectador, pero mediante una sentencia completamente injusta si nos atenemos al Derecho solamente. Lo importante no es eso, desde luego, sino lo divertido que es todo el juicio, presidido por un juez realmente simpático. No siempre Lang es tan negativo.

  4. Fernando en dijo:

    No soy yo quien tiene una visión muy peliculera del Derecho; si acaso, quien la tiene es Fritz Lang. Lo que hice en mi anterior comentario fue exponer las ideas de Lang sobre esta materia, no las mías. Da la casualidad de que mi falible impresión es que Lang está bastante en lo cierto, pero ello es secundario. Y, si no está en lo cierto siempre y al pie de la letra, yo diría que sí lo está predominantemente y en lo sustancial. Desde luego, como todo buen narrador de ficciones, Lang necesita, según los casos, minimizar o intensificar sus ideas, e incluso a veces exagerarlas o simplificarlas; pero intenta que la filosofía esencial que transmite no deje nunca de ajustarse a su experiencia del mundo.

    Voy a procurar sintetizar de una vez por todas el ideario languiano con respecto a la Justicia y el Derecho, tal como se deduce de un examen riguroso y atento de su filmografía entera. Eso nos resultará muy útil, pues son unos temas que lo obsesionaban y que por lo tanto reaparecerán constantemente, lo queramos o no, a lo largo de esta retrospectiva.

    En lo atinente al individuo, lo que defiende Lang no es el derecho legal oficial, sino el derecho moral natural. Un Estado perfecto es una quimera. Lo que hay es, o bien Estados débiles, acechados por el peligro de la anarquía, o bien Estados fuertes, acechados por el peligro del despotismo. Casi nunca es cuestión de elegir entre lo bueno y lo malo, sino entre lo malo y lo peor. El despotismo sería el peor de los dos males. Si el Estado -ya sea bajo un Gobierno democrático o dictatorial, derechista o izquierdista- es injusto y no cumple sus obligaciones para con los ciudadanos, los ciudadanos están autorizados a no cumplir sus obligaciones para con el Estado y a rebelarse valiéndose de medios injustos (o, mejor dicho, tipificados como tales por el Derecho vigente) para protegerse de él.

    En lo atinente a la masa, Lang concuerda con estas palabras puestas por Cervantes en boca de don Quijote: «No es bien que hombres honrados sean verdugos de otros hombres, no yéndoles nada en ello.» (Máxime si los hombres honrados no disponen de pruebas fehacientes y tienen los ánimos indebidamente acalorados.) Pero también concuerda con éstas de Mark Twain: «Caramba, esto se parecía a lo que uno lee acerca de Francia y de los franceses antes de la por siempre memorable y bendita Revolución, que barrió mil años de tales villanías en un rápido maremoto de sangre, uno solo: una liquidación de aquella vieja deuda, en proporción de media gota de sangre por cada veinte cántaras de la que le había sido arrancada al pueblo mediante torturas lentas en el opresivo transcurso de diez siglos de injusticia y vergüenza y miseria que no encontraban parangón sino en el Infierno. Hubo dos `Reinados del Terror´, si nos paramos a recordarlo y meditarlo: el uno asesinó llevado de un arrebato de pasión, el otro asesinó despiadadamente a sangre fría; el uno duró unos pocos meses, el otro duró mil años; el uno dio muerte a diez mil personas, el otro a un centenar de millones; pero nosotros sentimos escalofríos únicamente ante los `horrores´del Terror inferior, del Terror momentáneo, por así decirlo; y, no obstante, ¿qué es el horror de una muerte rápida por el hacha, comparado con el de una muerte vitalicia por el hambre, el frío, los agravios, las crueldades y el desgarramiento del alma? ¿Qué es la muerte rápida producida por el rayo, comparada con la muerte a fuego lento en la hoguera? Los ataúdes que llenó aquel breve Terror, que con tanta diligencia se nos ha enseñado siempre a mirar sobrecogidos y condenar apenados, cabrían en el cementerio de una única ciudad; en tanto que difícilmente cabrían en toda Francia los ataúdes que llenó aquel otro Terror más antiguo y más verdadero, aquel Terror indeciblemente amargo y espantoso, que no se nos ha instruido nunca para contemplarlo en su enormidad ni para lamentarlo como se merece.»

    La circunstancia de que Fritz Lang fuera un déspota tiránico, y hasta un criminal impune, en sus relaciones laborales y en su vida privada, no altera en nada lo sensato de su forma de pensar. La valía teórica de una idea es independiente de la valía personal de quien la formula. La verdad es la verdad, la diga Agamenón o su porquerizo… aun cuando otro tema recurrente en Fritz Lang es la práctica imposibilidad de llegar a una Verdad Absoluta.

    Espero que, si algún jurisperito lee mis comentarios, no le dé por arrestarme, juzgarme y encarcelarme por difundir propaganda sediciosa. Cosas más raras se han visto, hechos así suceden todos los días.

    Ya hablaremos pronto de «La venganza de Frank James». Para mí es una cinta bastante simpática y entretenida, con no poco encanto. Pero en modo alguno es una de sus obras mayores, uno de sus filmes «más personales, logrados y sentidos», según mi frase del otro día. «La venganza de Frank James» es una película descaradamente comercial que está sojuzgada, no ya por el código Hays, sino por el credo hollywoodiense que propugna un cine con final feliz que acabe con un beso y que se pliegue a la mentalidad de un niño de doce años. Es un buen divertimento ligero, realizado con mucha profesionalidad; pero Lang sólo puso su corazón en varios de sus trechos, no en su totalidad. Aun así introdujo, como señala nuestro querido bloguero, algunas sugestivas ironías sobre el bien que se deriva del mal, y el mal que se deriva del bien, en este mundo nuestro tan extraño y paradójico.

    En cualquier caso, es motivo de alegría el que Lang fuera siempre lo suficientemente flexible para adaptarse a las necesidades internas de cada película por separado, viendo caso por caso y asumiendo una variedad de perspectivas distintas; así no se empecinaba en darnos permanentemente la tabarra inculcándonos a martillazos sus opiniones sobre todo lo habido y por haber, vinieran a cuento o no. De lo contrario habría sido un sermoneador sensiblero y no un cineasta genuino. Ya lo dijo Billy Wilder: «El deber de un director es impedir que el público se duerma, poniéndole buenas preguntas pero no dándole las respuestas. El que cree conocer las respuestas no es, a mi juicio, un artista, y además es un imbécil.»

    • Bien sintetizado queda por ti. Y muy bien expresado cinematográficamente por parte de Lang. Lástima que el derecho natural no exista aunque tuviera una asignatura en la carrera así llamada, pues todo derecho es una creación humana. De ficciones como esta vive el hombre y la ficción, valga la redundancia, no seré yo quién las rechace.

  5. Fernando en dijo:

    Si todo derecho es una creación humana, eso quiere decir que el derecho natural existe; pues es uno de los derechos posibles, habiendo humanos que teorizan sobre él y lo profesan y que hasta lo ponen en práctica incluso fuera de las verídicamente ficticias películas de Fritz Lang. Resulta llamativo que aquí adoptes una postura tan languiana de rebelde solitario con causa, tachando unilateralmente de equivocados e ilusos todos los temarios de las Facultades de Derecho del mundo más o menos civilizado. Ironías de la vida. No sé si encontrarás un abundante número de seguidores abnegados que te apoyen. Por lo demás, quiero creer que Lang te replicaría burlonamente que, si el derecho moral natural es una creación humana, el derecho legal oficial es una creación inhumana.

    • Profesar el derecho natural es como profesar una fe, puede servirle como guía al que la profesa pero no quiere decir que tenga una base real, solo es una construcción del pensamiento. He dicho.

  6. Fernando en dijo:

    Bien, bien. Aquilataré aún más la visión que tengo de la visión que tiene Fritz Lang del Derecho, la Justicia y el Estado. Esos tres entes más o menos monstruosos fueron creados y son administrados por un conjunto de humanos falibles, que además están poseídos con inquietante frecuencia -consciente o inconscientemente- por propensiones mezquinas. Nadie en su sano juicio (juego de palabras inintencionado) les profesaría a dichos entes una fe inquebrantable, una obediencia ciega y un amor incondicional. Y sólo en apariencia fueron sus mejoras la obra de juristas y legisladores filántropos.

    Si los que cortan el bacalao no hubieran sentido cíclicamente un gran pavor de que sus riquezas, y aun sus mismísimas vidas, peligraran a causa de inminentes y borrascosas revueltas populares, jamás habrían fomentado o siquiera permitido que se introdujese la más mínima variación en la aplastante Ley… ya fuera a propuesta de esclavos contentos o de libertos idealistas. Aquí como siempre, según lo formularon Lampedusa y Visconti, se trata, en el fondo, de cambiar todo lo que es preciso cambiar para que todo siga igual.

    • Seguirá todo igual en cuanto a que las familias poderosas de siempre siguen ahí, pero es indudable la mejora que ha habido en la vida de los súbditos, hoy en día más conocidos como administrados o ciudadanos, sin duda porque algunas veces se les ha podido meter el miedo en el cuerpo.

  7. Fernando en dijo:

    ¿O sea que la letra con sangre entra? Cada vez nos ponemos más primarios. Lo cual demuestra que, bajo ese refulgente barniz de la ostentosa legislación, y bajo la nube de refinados y a menudo incomprensibles vocablos con que se quiere describirla y engalanarla, laten las mismas oscuras pasiones de los tiempos prehistóricos. ¿Es indudable la mejora que ha habido en la vida de los súbditos? No, señor; yo, sin ir más lejos, la pongo en duda, y no estoy solo en mi escepticismo. Ya lo dijo hace tres mil años uno de los pocos aforismos válidos de la Biblia: «Aquello que fue, eso será; no hay nada nuevo bajo el sol.»

    Resulta muy fácil y cómodo hablar de mejoras en la vida de los súbditos cuando uno no pertenece a la desdeñada categoría de ésos que han quedado damnificados o destruidos en impresionante número por leyes injustas o por la aplicación injusta de leyes justas. ¿Se me dirá acaso que se trata del obligado peaje que hay que pagar por cualquier progreso en este mundo nada perfecto ni ideal? Yo no estaría tan seguro. Y ¿qué hay de la explotación aniquiladora de las naciones desfavorecidas, sin la cual los pueblos privilegiados donde nos cuentan que impera venturosamente la Ley no podrían mantener su «Estado del bienestar»? Otro día, Fritz Lang mediante, podríamos abordar espeluznantes cuestiones de la teoría y la práctica del Derecho internacional.

    Pero volvamos a los Derechos nacionales, por así llamarlos. Ayer, casualmente, vi de nuevo «Ejecución inminente» de Clint Eastwood. Cuando la vi doblada en el momento de su estreno me pareció una buena cinta, y me ha parecido todavía mejor al revisarla anoche en versión original. Han desaparecido casi del todo las dos pequeñas objeciones que en su día le puse mentalmente. Los dobladores de los personajes del condenado a muerte y su esposa no debían de ser los más indicados, porque pensé que las escenas intimistas de estos dos personajes quedaban demasiado sensibleras; resultan ser unas escenas bastante más convincentes con las voces reales de sus actores. Y el final de la película, que anteriormente juzgué falso y artificioso, actualmente lo veo mejor integrado en el conjunto.

    Pero lo importante aquí es que se trata de un guión que a Lang, si no me llamo a engaño, le habría gustado mucho poder dirigir, si bien él lo habría filmado con un estilo distinto y quizá incluso mejor. En ese guión se ejemplifica adecuadamente cómo una ley odiosa ya de por sí, la de la pena de muerte, puede intensificar su odiosidad al ser aplicada de manera errónea por un sistema pretendidamente infalible, o sea por un grupito de individuos compuesto a partes iguales de ineptos y de rastreros. Aún más miedo da un breve reportaje incluido en la sección de contenidos extra del DVD, en el cual un periodista de investigación relata que cierta vez se vio involucrado en un caso real que se pareció enormemente a la ficción creada por Clint Eastwood y hasta la sobrepasó en sus características escalofriantes. Es decir, no es una situación meramente hipotética ingeniada por mentes calenturientas y tendenciosas.

    Bravo por los cineastas que son adictos a llevar la contraria, no por caprichito personal ni por afán de notoriedad, sino por una sana intención de desnudar las eternas incongruencias y debilidades en que incurren, estén donde estén y hagan lo que hagan, los seres humanos; y de enseñarnos que el optimismo desmedido, en cualquier campo, es una blasfema impiedad.

    • Que haya injusticias no significa que no se haya mejorado. No se pueden coger casos particulares para sacar conclusiones generales, sino ver en su conjunto cuanta injusticia había y cuanta hay ahora, y hacerlo de manera global, no fijándose en un país concreto. El cine suele fijarse en los casos excepcionales, que son los más fructíferos dramáticamente hablando.
      Ya que mencionas la pena de muerte, para mí es una demostración de esta mejora que antes fuera una práctica común a todas las naciones, y ahora esté ya abolida completamente en 145 estados. A no ser que consideremos que la pena de muerte puede ser justa en ocasiones, lo que ya sería otro tema.

  8. Fernando en dijo:

    Por el momento abandonaré aquí este debate citando una frase de mi difunto padre, que estudió Derecho y Criminología y que primero trabajó como funcionario de prisiones y luego ocupó sucesivamente varios cargos relevantes en el Ministerio de Justicia, luchando sobre todo para que se les ofrecieran a los presos un trato más digno y unas mayores posibilidades de reinserción. La frase de mi padre se refería a la ONU, pero podía muy bien aplicarse a la Ley, que él tampoco tuvo nunca en alta estima: «Es un paraguas, en el sentido de que protege la cabeza mientras permite que se mojen los pies.»

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