Cinema Nostrum

Blog de Rafael Nieto Jiménez, historiador del cine y empresario audiovisual

Crítica en 200 palabras (o casi): El hombre tranquilo (1952)

Tranquilo

Lugar de proyección: mi hogar, dulce hogar.

Formato de proyección: Blu-ray.

Valoración: ★★★★★ (La veré varias veces).

Ahí va la crítica:

El hombre tranquilo (The Quiet Man) (John Ford, 1952): Una película en la que todos los personajes son simpáticos, incluso los que parecen ser los villanos, y en la que, estando ambientada en un pueblo de Irlanda, no hay conflictos graves entre protestantes y católicos, ni siquiera con los miembros del IRA que aparecen, podría ser considerada falsa y buenista, pero la impresión de dichosa y contagiosa felicidad que queda en el espectador es lo que cuenta. La idílica Irlanda rural que retrata John Ford es la propia de un nostálgico de un pasado familiar que en realidad no ha vivido, pero no nos importa esa irrealidad, sino que ese paraíso haya cobrado vida cinematográfica con toda la belleza que permitía el Technicolor de entonces. La llegada de un moderno norteamericano que, además, enseguida quiere casarse con una mujer del lugar, provoca el choque con el conservadurismo de una sociedad con ritos muy estrictos sobre el matrimonio. Es el conflicto que la narración necesita para mantenernos en vilo hasta llegar a un final que, pese a su matizado erotismo, conlleva cierta asunción de esos rígidos valores morales. Es un cine conservador, por tanto, pero su poética expresiva y su buen humor está por encima de toda ideología.

Criterio de valoración:
● (No debería haberla visto)
★ (Espero no volver a verla)
★★ (Podría volver a verla)
★★★ (Quizá la vuelva a ver)
★★★★ (Seguro que volveré a verla)
★★★★★ (La veré varias veces)

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5 pensamientos en “Crítica en 200 palabras (o casi): El hombre tranquilo (1952)

  1. Fernando en dijo:

    Sin duda alguna -al menos por mi parte- «El hombre tranquilo» es una de las mejores películas de John Ford… aunque tal vez el calificativo de obra maestra le venga un pelín grande (pero sólo un pelín) y habría que reservarlo para otras creaciones de su autor no siempre igual de populares y celebradas. Sea como fuere, nuestro querido bloguero ha hecho aquí una labor modélica al expresar con ejemplar concisión tanto las relativas objeciones ideológicas que suscita como los decididos entusiasmos emocionales que provoca.

    Hay dos clases de películas a las que los cinéfilos deseamos volver periódicamente sin importar cuántas veces las hayamos visto ya. La primera la integran filmes como «Vértigo», que resultan tan abismales e insondables que con cada nueva visión nos revelan dimensiones insospechadas que antes habíamos pasado por alto. La segunda la integran filmes como «El hombre tranquilo», que son como una divertida fiesta llena de entrañables amigos donde no cesan de ocurrir cosas estupendas y maravillosas.

    Cierro este breve comentario con una observación marginal. Toda la belleza que permitía el Technicolor de entonces es incomparablemente superior a toda la belleza que permite el Technicolor (o cualquier otro sistema de color) de ahora; en especial cuando caía en buenas manos.

    • No suelo usar el término «obra maestra» porque me parece demasiado contundente para cualquier película, pero además a esta ni falta que le hace, se disfruta y punto por encima de sus defectos, que algunos tiene.

  2. Fernando en dijo:

    Yo no he dicho que tú hayas dicho que «El hombre tranquilo» es una obra maestra; únicamente me refería a la circunstancia de que hay muchísima gente que sí dice eso. A mí, por lo demás, no me da ningún reparo hablar de que tal o cual película me parece una obra maestra; sólo que no voy adjudicando ese mayestático calificativo con la misma prodigalidad con que lo reparten ciertos críticos, muy poco críticos, que cada semana descubren veinte obras maestras entre los nuevos estrenos de la cartelera. Durante unos 45 años he procurado ver en óptimas condiciones todos los filmes de cualquier tiempo y lugar que pudieran valer realmente la pena y resultar intemporales y universales, y sin embargo afirmaría que de entre los miles y miles que así he examinado no he hallado más que unos ochenta que merecieran tan augusto título… y además no siempre coincidían, ni mucho menos, con los que figuran en las listas oficiales y académicas que circulan por ahí.

    De todas maneras, los despistados podrían creer fundadamente que tú consideras que «El hombre tranquilo» es una obra maestra, en la medida en que le has concedido cinco estrellitas, o sea la máxima puntuación disponible en este blog. Por si alguien estuviera interesado en las valoraciones efectuadas por mi pobre e insignificante persona, haré constar que yo le habría concedido cuatro.

    «El hombre tranquilo» es un cuento de hadas -eso sí, sumamente encantador y delicioso- que prefiere pintarnos el mundo como debería ser, o como nos gustaría que fuera, en vez de como realmente es; e incluso tiende un manto de silencio sobre bastantes hechos más bien siniestros. Sin embargo, dándoles vueltas a todos sus aspectos ideológicos, sucede que juzgo irreprochablemte acertado y sanísimo el que quizá sea el principal de ellos; a saber, su rotunda condena del pacifismo dogmático y neurótico. (Por cierto que la traducción más correcta y adecuada de su título original sería «El hombre pacífico».) John Ford se apunta a la tesis defendida por algunos dichos populares como por ejemplo «la violencia no es el camino, pero una buena hostia a tiempo ahorra muchos problemas», o bien «nunca empieces una pelea, pero, si te ves envuelto en una a pesar tuyo, acábala», o bien «sí que hay guerras justas, y son las que se libran en legítima defensa». Convengo con él de todo corazón. Ford era profundamente católico, pero jamás comulgó con esas monsergas de amar al enemigo y poner la otra mejilla. Pese a su tozudo cristianismo militante, nunca perdió del todo la capacidad de pensar por su cuenta. Alabado sea Dios.

    Por último, en lo concerniente al Technicolor, resaltaré que en el gran cine clásico norteamericano las películas en color tenían un cromatismo de rechupete, lleno de vitaminas para el ojo, que recordaba a los cuadros que cuelgan, sin ir más lejos, en el Museo del Prado; y entre los miembros de su equipo técnico contaban con un «color consultant», o asesor cromático, con miras a hacer un uso expresivo y psicológico del color que valiese para crear atmósferas y retratar mentalidades. Hoy en día el color cinematográfico se ha vuelto mucho más «natural», lo cual implica que es completamente chato, plano e insípido y que se emplea «al buen tuntún» (los diccionarios definen atinadamente el significado de esta locución como ‘sin reflexión ni previsión o sin conocimiento del asunto de que se trata’). Seguidamente transcribiré unas sabias palabras de Miguel Marías, pertenecientes a un ensayo suyo publicado en 1975, que abordan este mismo problema. Desde entonces las cosas no han mejorado sino que han ido a peor, y no dejan ver síntomas de que vayan a enmendarse.

    «La producción de película virgen ultrasensible y la práctica desaparición del cine en blanco y negro son hechos que, unidos a los crecientes costes de producción y a la sustitución de los viejos directores y fotógrafos por técnicos formados en la televisión, han provocado la paulatina y casi total decadencia de la fotografía de cine como el arte de servirse de la luz. Actualmente, el 99 % de las películas están correcta y uniformemente fotografiadas en color, y los directores de fotografía no son más que técnicos eficientes que, generalmente sin que el director se entere de lo que hacen ni les dé instrucciones concretas al respecto, calculan la apertura de diafragma y el objetivo preciso para conseguir un mínimo de calidad, claridad y fidelidad cromática, sin que la iluminación y el color sirvan para expresar sutilmente parte del sentido de cada escena.»

    • Ni yo he dicho que tú hayas dicho que yo haya dicho que sea una obra maestra… Mis cinco estrellas nada tienen que ver con ese hiperbólico calificativo, sino con el máximo placer que a uno le produce una película y, por tanto, el deseo de volver a gozarla.
      En cuanto al uso del color, creo que es injusto pensar que los directores de fotografía y los realizadores actuales no reflexionen sobre el uso de la luz y el color en sus películas, me consta que en las escuelas de cine se habla de estos temas, y yo mismo he trabajado con directores de fotografía que me preguntan sobre lo que busco en ese sentido. Otra cosa es que la tendencia al realismo haya uniformado bastante el cine actual, pero hay sobrados ejemplos de cineastas que siguen buscando expresarse mediante la luz y el color, desde Almodóvar a Alexander Sokurov, por poner dos ejemplos muy evidentes. E incluso dentro del cine más realista se puede jugar bastante en ese terreno. No son iguales las fotografías de Ken Loach o los hermanos Dardenne por mucho que sus películas tengan un mismo afán naturalista.

  3. Fernando en dijo:

    Nada, nada. No cuela. Ya nunca volverán ni Milton Krasner ni Leon Shamroy, ni tampoco los formidables realizadores a cuyo servicio estaban. Lo más que podemos esperar hoy son emuladores y epígonos del muy sobrevalorado Néstor Almendros; y, aunque esto sea bastante poco, ya podemos dar férvidas gracias cuando es así, como las que da el viajero del desierto al toparse con un charquito de agua estancada. Ufff. Si verdaderamente hay directores de fotografía y realizadores actuales que reflexionan sobre el uso de la luz y el color en sus películas, casi más valdría que no lo hiciesen, a juzgar por las nefastas conclusiones a que llegan.

    Ah, y cuando yo deseo volver a gozar una película porque me produce el máximo placer digo que es una obra maestra (si no me parece que «El hombre tranquilo» acabe de ser una obra maestra, ello se debe a que el placer que me produce, aunque es muchísimo, no es máximo). No tengo más criterio que ése, y no me imagino qué otro criterio sincero y honrado pueda existir.

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